La conjura de los feos

Gafas de cerca

Supe en una charla cualquiera que el acoso en las redes entre gente joven se ceba ahora con los guapos. No di crédito, e indagué. La conjura de los feos coge músculo. En la última era pretecnológica, los gafotas y los que llevaban aparatos en la boca dejaron de ser objeto de cachondeo en las escuelas. Al contrario, esos complementos médicos se fueron convirtiendo en un signo de prosperidad familiar.

No sólo los menos agraciados pasaron las de Caín –nunca mejor dicho– en los recreos y las salidas de clase. Valgan, por ejemplo, las canijas larguiruchas, de pie largo y con poco pecho que deseaban no ser como eran naturalmente. A pesar de que el tiempo las hizo bellos cisnes, el daño estaba hecho, y se sentirían siempre patitos feos, encontrando defectos en su esbeltez, tiranizadas por su hermosura al vestir cualquier cosa, al ser gráciles, por castigo, en sus gestos y movimientos; acomplejadas por la ácida lluvia fina de las cuatro cabroncillas del curso: rabiosas, consentidas. O sólo ineptas.

No hay dios –bondad– en la crueldad, excrecencia humana enemiga de la compasión. La de acudir al colegio a recibir desprecio y escarnio debe de ser una horrenda perspectiva al despertar. Los duros de alma dirán que así, con esa gota malaya, se forja la personalidad, y que no valdrá un níquel quien no aguantó tal tirón: “Cosas de niños”. Más bien cabe asegurar que quien sufrió la maldad de los patanes podrá, alternativamente, sentir sin gran remedio un pesar indeleble e inconfesable... o convertirse en un sublimado tirano, que proyectará su daño en aquellos que notará débiles. Creo que fue Bill Gates el que avisó del riesgo de machacar a los empollones y retraídos de la clase: “Un día serán tus jefes”. Él sabría bien por qué.

“Pega fuerte, pega primero”, “¿Te pasa algo en el cole, hijo?” La insondable pena de los padres de las víctimas va pareja al desdén de los que crían tiernos verdugos. Ahora, internet abre, de par en par, la puerta de un asalvajado cosmos social a legiones de inimputables. Y es esta la novedad: las redes regalan infinitos campos y rienda suelta a la vileza de quienes se encarnizan, en jauría de “contactos”, con los que poseen, sin quererla, una donosura de aspecto o espíritu de la que los crueles sienten carecer. Por esa envidia sin coto, quizá nunca la tendrán.

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