Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Tentetieso
El muchacho trataba de achicar agua con el cubito de playa que le había dejado la vecina, la pobre, que se lo había bajado nada más darse cuenta de que se le estaba anegando el local, que, pensaba mientras vertía a la alcantarilla toda aquella agua sucia, todavía olía a recién pintado. Hacía solo una semana que habían abierto y ya estaba deseando cerrarlo. El primer día fueron dos cortes de luz. El primero le desconfiguró la maquinaria y el segundo le echó a perder la cámara frigoríficas con todo lo que tenía dentro, que no era poca cosa, porque todavía no le había dado tiempo a vender ni un Calippo.
Ahora, se lamentaba arremangándose la pernera hasta las rodillas, se le inundaba la calle y le había tocado tirar la moqueta y buena parte de la bonita decoración en cartón pluma, que le había costado un ojo de la cara y se había quedado como un acordeón y no se tenía en pie. Frente a él, algunos vecinos del barrio comentaban la jugada: “Pues esto pasa desde que tengo uso de razón, porque yo de chico hacía barquitos con los huesos de los chocos y los echaba al agua, y todos teníamos botas y hasta nos cogíamos palés y nos hacíamos balsas cada vez que llovía, porque aquí siempre que ha llovido ha pasado esto”, y otra que le replicaba que de eso nanai, que antes no llovía como ahora, pa que luego vengan diciendo que no hay cambio climático. No hay ni na, que nunca jamás ha caído agua de esa manera y que si el nivel del mar y que a quién se le ocurre con las zonas inundables y patatín y patatán, a lo que otro que pasaba por allí le respondió que no hay cambio de nada, que todo está alterao, que él mismo, antié, había visto con sus ojitos las marcas en el cielo y que los estaban fumigando con nubes negras y que de aquellos polvos estos lodos.
Ya andaban los ánimos caldeados cuando llegó el concejal de turno a preguntar cómo andaba la cosa por allí, y, claro, unos cuantos empezaron a abuchearle y a reñirle con lo propio: que si todo te lo gastas en fiestas y que cuando llegue no sé quién os vais a enterar, que si qué buen coche tienes ahora, so facha, que si lo que tienes que hacer es ponerte a limpiar con el pueblo… y así pasaban el tiempo, ofendiéndose los unos y defendiéndose los otros en un combate a muerte entre cuñaos, cambistas climáticos, negacionistas, conspiranoicos y descreídos del voto, intercambiando desconocimiento y desmesura, reafirmándose y contradiciéndose ellos mismos y a sí mismos mientras miraban cómo el muchacho seguía achicando agua con el cubito y la novia, que hacía tres días estaba segura de que esta vez les iba a sonreír la suerte, retiraba la porquería a paladas soltándoles con cada una algún ininteligible y seguro que merecidísimo insulto, por imbéciles, antes de maldecir su propia estampa y arrancarse, por fin, a llorar hasta que no pudo más.
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