La cola del médico es una enciclopedia de la vida. Os tengo que confesar que, cuando me toca (que a todos nos toca, hasta a los autónomos) aprovecho el parón vital de la espera en los pasillos para reconectarme con la vida y observar a la gente. Podría decirse incluso que disfruto, con cierta complacencia masoca, de la infame pérdida de tiempo a la que nos someten en cada visita a los centros de salud. Miro a las personas y trato de averiguar, o inventar si se tercia, cosas sobre ellas. Escucho sus historias. Las que cuentan a sus interlocutores invisibles del otro lado del teléfono o al pariente que les acompaña, al vecino de silla, sea al lado o enfrente, y también las que me cuentan a mí mismo, como les dé coba. Llamadme cotilla, si queréis, pero yo lo veo más bien como un ejercicio de desensoñación. Una vuelta a la realidad, a las cosas que existen de verdad y que solo se te aparecen, como fantasmas, cuando dejas de mirar la pantalla por unos minutos. La cosa no está bien. La señora del chaleco negro perdió a su madre en la pandemia, me cuenta, porque nadie fue a verla a casa cuando le estuvo doliendo tanto la pierna. "Ni Covid ni na: un trombo se la llevó", se indigna mientras explica al pequeño auditorio que lo único que hicieron los médicos fue pedir a la familia unas fotos por correo electrónico. No estaba entonces el horno para bollos, claro, así tampoco quisieron remover Roma con Santiago. Ahora es ella la que tiene un problema. Lo bueno es que ya no hay pandemia. Lo malo, que lleva tres meses tratando de que la vea su médica de siempre, pero como está de baja anda paseándose de llamada en llamada con facultativos que ni conocen su historia ni la conocen a ella ni parecen tener demasiado interés en hacerlo. Hasta hoy no ha conseguido una cita presencial, así que está, a pesar de todo, contenta porque va a poder explicar todas sus "cosas", como ella misma dice. El viejecito de al lado asiente todo el tiempo, pero no dice ni mu. Cuando la señora acaba, y después de mis educados ánimos y buenos deseos, empieza a hablar. Cuenta que se ha sacado un seguro privado porque no anda bien de la cabeza. Olvida cosas, ya sabéis, y como la cita del neurólogo tarda demasiado ha preferido pagarse uno para que le adelante un diagnóstico que ya sabe que tiene. Va a intentar que metan en su historial el informe del especialista, pero como no conoce al médico no sabe cómo va a reaccionar, "que aquí cada uno es de su padre y de su madre". No cuento lo mío, que es poca cosa, aunque tampoco es que nadie me lo pregunte. En la cola del médico, salvo la vez, nadie pregunta nada aunque todos sabemos que estamos para algo. Como en una terapia de grupo, allí las historias se cuentan solo si apetece y si hay alguien que las escuche. Lo que pasa es que nunca las oye quien debe, y por eso hay veces que me entran ganas de pillar una cita (como si eso fuera tan fácil), coger de la oreja a más de un político, llevarlo a rastras a la cola del médico y sentarlo allí para que se enteren de una puñetera vez de que esto no va de protocolos, estadísticas ni presupuestos, sino de personas. Para que sepan que lo que están haciendo es jugar con la salud de la gente.
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