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Por qué no acaba la corrupción
Postrimerías
Debemos al maestro Francisco Socas el conocimiento de la etiqueta clandestinos aplicada a la literatura medio secreta que circuló por canales extraoficiales, perseguida por la autoridad política o eclesiástica que pese a la estricta vigilancia de los inquisidores no pudo impedir que esas publicaciones no sancionadas se difundieran en copias manuscritas o impresas en talleres ilegales o extranjeros. Solemos relacionar esta clase de obras con los panfletos y pasquines de librepensadores e ilustrados, y es cierto que el género, por así llamarlo, conoció su mayor auge en el siglo XVIII, al tiempo que nacía la prensa como un vehículo cada vez más extendido de transmisión de ideas, pero los tratados recuperados por nuestro latinista datan de la centuria anterior en la que también se dio el fenómeno, ligado a raros autores que defendían principios filosóficos y morales heterodoxos, especialmente encaminados a promover el ateísmo, la cosmovisión deísta o el cuestionamiento del dogma. En la edad neoclásica y dejando al margen el registro erótico, demandado por el tipo también dieciochesco de los libertinos, fue un medio predilecto de la llamada Ilustración radical, que se servía de sátiras y libelos para descalificar tanto a los elementos reaccionarios como a los progresistas moderados, pero de hecho todos lo usaron en escritos donde las disputas de pensamiento se mezclan con el puro cotilleo, del que dan también buena cuenta los numerosos epistolarios. En un plano menos elevado, o igual de mundano, lo vemos asimismo en la antología de Poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro que ha reunido Ignacio Arellano para Cátedra, una varia colección donde reúne más de un centenar de piezas –casi todas anónimas, con la alta excepción de las firmadas por el conde de Villamediana– que atraviesan el Seiscientos desde el reinado de Felipe III al último de los Austrias, fuente impagable para conocer de primera mano las crisis, las rivalidades y las intrigas en el agitado corazón del Imperio, protagonizadas por los grupos o camarillas que formaban parte de las élites cortesanas. Las burlas y denuestos, no del todo desprovistos de valor literario, contienen referencias muy precisas, pero en ocasiones sirven para contextos históricos distintos y siguen siendo valederas como denuncias de los vicios o los crímenes asociados a los poderosos.
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