José Antonio Mancheño

El ciquitraque

Silla de palco

CADA uno tenemos un tiempo y una hora que se retroalimentan de sueños pretéritos, añosas tradiciones en desuso y memorial de cultos.

Para saber que somos, esa eminencia oronda que fuera W. Churchill, sostenía el hecho de excavar en las viejas raíces y desvelar nuestra existencia a través de los siglos conformando un inmenso talud de tradiciones y culturas que han ido moldeando nuestra existencia.

Los que nacimos acabada la guerra civil esperábamos las vacaciones de Navidad como miel sobre hojuelas. A lo largo de casi un mes atravesábamos la Inmaculada, los Inocentes, la Misa del Gallo y la Noche de Reyes. Todo un regocijado acontecimiento donde seguir los pasos de aquellos que nos antecedieron en la celebración del Nacimiento.

Navidad en un pueblo de apenas cincuenta mil almas era la tenue luz que tamizaba el frío e invitaba enguatarnos la cama, usar guantes, bufandas de lana y calcetines largos, aunque lo excepcional en la gente menuda fuera el instante de pegar la nariz frente al escaparate de Baltasar con el batiburrillo de pastores, ovejas y camellos, María, José, el buey, la mula y el Portal, junto a una multitud de cachivaches que iban desde las tajoletas con pólvora, hasta el bronco tronar de las bombitas, las piedras restallantes y el simpar ciquitraque en tiras a diez y a perra gorda.

No quedaban atrás los lárgalos que eran confeccionados con suma maestría en hojas de papel, imitando a un muñeco y colocados al descuido en la espalda del infiel adversario. Al par, la nariz era una sustanciosa fuente de olores y sabores que desprendían los obradores de Jorva, la Popular, Manuela Miguel y la Confitería Ruiz, cada cual con su especial acervo navideño: buñuelos de crema, sant honore, milhojas, turrón de yema, chocolate, duro y blando de Jijona, pesadillas, guirlaches, tortas de almendra, alfajores, polvorones… y alrededor Mantequerías Leonesas, Los Ángeles y la Mezquita como establecimientos que exponían sus galas culinarias entre los parroquianos que aguardaban las fiestas con alegría inusitada.

Esta reseña finaliza con esa noche mágica donde Melchor, Gaspar y el Rey Negro a lomos de caballos y antorchas llenaban de inocencia el esperado encuentro con la chiquillería. Tiempos cuajados de humildad e ilusión en los que no faltaron el calor de los campanilleros ni la estrella de plata que anunciara un tiempo nuevo: Enmanuel.

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