El lanzador de cuchillos

El capitán del sur

Los que estuvieron aseguran que esa tarde hizo un eslalon idéntico al que trazó para la eternidad en el Estadio Azteca

El DIEGO DE LA GENTE. Enero de 1985. Su compañero en el Nápoles, Pietro Puzone, suplente de los suplentes, le pide jugar un partido para ayudar al hijo enfermo de un conocido. Ferlaino se lo prohíbe por temor a una lesión, pero Diego no ha olvidado Villa Fiorito y desoye las advertencias de su presidente. El mejor jugador del mundo sube al coche y se planta en Acerra, la patria de Polichinela, una cittadina depauperada de la periferia napolitana, para jugar en un infame campo de patatas. Diluvia y Maradona se cambia en un aparcamiento público, apoyado en un Fiat Argenta, rodeado de paisanos incrédulos y entusiasmados. En el campo lo da todo: corre, dribla, grita, se enfanga. Los que estuvieron allí aseguran que esa tarde hizo un eslalon idéntico al que trazó para la eternidad en el Estadio Azteca. Y que marcó un gol con la mano que el árbitro, guardia urbano de la localidad, le anuló. La mano de Dios tendría que esperar; la leyenda del capitán de los pobres y los olvidados, sin embargo, acababa de nacer.

EL SUR TAMBIÉN EXISTE. El 22 de febrero de 1986 el Nápoles jugaba en Verona el partido de vuelta de una eliminatoria de la Copa de Italia. Como era costumbre en los estadios del norte opulento, los partenopeos fueron recibidos con pancartas y cánticos racistas: "Benvenuti in Italia, colerosi, terremotati"; los insultos arreciaron cuando el equipo de casa se puso dos a cero. El "negro" criado en una villa-miseria comprendió que aquella no era sólo una batalla deportiva; eran el Norte y el Sur, los de arriba y los de abajo, y Diego siempre supo quiénes eran los suyos. Entonces se acercó al banquillo y dijo a sus compañeros: "Es hora de vengar a nuestra gente". Marcó dos goles, uno de ellos con la nuca y el Nápoles pasó de ronda.

SER MARADONA. La anécdota se la contó Fabio Fazio, una de las estrellas de la RAI, al propio Maradona durante una entrevista televisiva: "Estábamos rodando una película en Kenia con la que pretendíamos recaudar fondos para la Fundación Africana de la Medicina y la Investigación. Ibamos en un jeep por un camino infernal, nos habíamos perdido, era ya noche cerrada. Al salir de una curva nos encontramos con las casitas de una pequeña aldea. Se nos acercó un niño que llevaba puesta una camiseta celeste con el diez a la espalda. Sorprendido, le pregunté: ¿Eres del Nápoles? No, soy de Maradona. ¿Y qué te gusta de él? No lo sé; nunca lo he visto porque aquí no tenemos televisión. Ese día comprendí que Diego Armando Maradona era mucho más que un futbolista".

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