En este perro mundo

La canción del pollino

Basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar que el progreso y los avances tecnológicos no han hecho más que empeorar este delirio consentido

Vinicius Jr, en el partido del Real Madrid en Mestalla, donde sufrió insultos racistas de la afición del Valencia. Vinicius Jr, en el partido del Real Madrid en Mestalla, donde sufrió insultos racistas de la afición del Valencia.

Vinicius Jr, en el partido del Real Madrid en Mestalla, donde sufrió insultos racistas de la afición del Valencia. / E. Press

CASI cuatro décadas atrás, cuando el trío Gabinete Caligari publicó su álbum Al calor del amor en un bar (1986), no podían imaginar que esa infame turba que se acomoda en las gradas de los estadios de fútbol cada tarde de partido, los terminaría convirtiendo 37 años después en profetas de la barbarie por cantar, en el estribillo de su Canción del pollito, unos versos que responden a una realidad que resulta tan miserable como de palpitante actualidad, ahora que se ha montado la de Dios es Cristo a partir de los insultos a Vinicius que prendieron la mecha en el estadio de Mestalla, y fueron adquiriendo proporciones globales hasta que el resultado de las elecciones municipales/autonómicas y la convocatoria de las generales diluyeron su eco:

Somos los que llenamos los estadios para poder insultar y blasfemar, somos los que no vamos al teatroy somos carne de bar…

No sé si cuando compusieron la canción que cerraba la cara B de aquel disco que los convirtió en grupo de culto con éxito masivo ya conocían ese onomatopéyico verso de Góngora (1561-1627) –Infame turba de nocturnas aves– que varios siglos atrás ya había atisbado este mal que parece recorrer toda la Historia para llegar hasta nuestro tiempo, que condensa y saca a flote los peores registros de la condición humana en cuando los egos se diluyen en esa masa informe que llamamos multitud y es capaz de todo, en cuanto aquellos que le dan cuerpo y forma pierden la noción de su individualidad para que se desborde con toda su bajeza y extensión ese animal que todos llevamos dentro.

De hecho, esta Canción del pollino es la única de toda la discografía del grupo madrileño que no está firmada por sus tres miembros, según el acuerdo –aparte colaboraciones externas– al que llegaron al principio de su carrera para firmar a partes iguales la letra y música de todas sus composiciones, ya que el bajista, Ferni Presas, decidió quedarse fuera de los créditos autorales de esta arenga musical por razones éticas: la filosofía que han destilado a lo largo de los años los versos más gamberros y desinhibidos de esta chulesca declaración de principios, chocaban frontalmente con su forma de entender el mundo. Y para muestra basta el botón de otro de sus estribillos:

Somos los que no saben, no contestan, con excepción del 1, X, 2. Somos los que no tienen biblioteca.Y somos más de un millón, bastantes más de un millón.

Pues sí, bastantes más de un millón, ya que desde entonces hasta hoy ha llovido mucho y bastante mal en este tema: basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar que el progreso y los avances tecnológicos no han hecho más que empeorar este delirio consentido. Y tan sólo tengo que asumir la evidencia de que si estoy escribiendo este artículo, ahora y aquí, es porque ciertamente todo podría ir a peor. Y de mal en peor ha ido.

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