POR qué no callas. Una frase que a todos nos teletransporta a aquella cumbre iberoamericana en la que el rey emérito Juan Carlos I tuvo que intervenir para hacer callar Hugo Chávez. 'Por qué no hablas', le diríamos ahora al rey. Pero no he venido a discutir sobre paraísos fiscales, comisiones ni contratos públicos. He venido a hablar sobre nosotros, los seres humanos, y nuestra torpeza para conversar. Es la verdad. No se nos da nada bien. Somos seres sociales, sí. Pero en la gran mayoría de los casos no sabemos cuándo toca callarnos y finalizar una conversación. Pensándolo bien, no es tarea fácil. Si lo fuera, además de ir al espacio, producir coches eléctricos y desarrollar la realidad virtual, también fabricaríamos robots con los que pudiéramos mantener una conversación agradable, coherente y profunda.

Andaba yo pensando en ello estas semanas atrás. Llevaba días en los que cuando hablaba con alguien por dentro solo me repetía "cállate ya por favor", "y mírale, que sigue", "que sí, que sí", "pues nada, aquí seguimos", "tomate frito, cebolla, pan y qué era lo otro… Ah sí, servilletas". Y no han sido de esas veces que te las ves venir. Porque todos conocemos al típico pesado que nada más saludarle ya te estás arrepintiendo y pensando al mismo tiempo "me la va a dar mortal". No es que se me haya quedado la oreja más roja que un tomate como a Juan el de la chirigota de el Selu. En fin, vayamos a lo que te decía, que andaba yo dándole vueltas a esto y pensé "joder, es que quizás yo también le he dado mucho la chapa a alguien sin darme cuenta". Y es que a veces por no tener mucha confianza con tu interlocutor, por querer agradar a la otra persona, por educación o sencillamente por no saber leer el lenguaje corporal del que tienes en frente acabas mareando la perdiz. Pues te daré una cifra curiosa: solo el 2% de las conversaciones acaban cuando las dos partes lo desean. Boom. Estos fueron los resultados de un estudio de Adam Mastroianni, investigador de psicología social de la Universidad de Harvard. Mastroianni hizo un experimento observando más de 900 conversaciones y en casi todos los casos los resultados fueron similares. Lo que la gente quería y lo que obtenía difería en aproximadamente la mitad de la duración de la conversación. A ver, que dos personas quieran terminar la conversación justo al mismo tiempo no es fácil. Y esta es precisamente una de las razones que da Adam Mastroianni para justificar el problema de coordinación. La segunda es que no tenemos la información que necesitamos. Y claro, tampoco es factible que vayamos a convertirnos en robots que te hacen un tipo test pasados diez minutos. ¿Estás a gusto con la conversación? A) Sí; B) No.

En conclusión: es mejor quedarse queriendo más que queriendo menos.

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