Mi cajera

La cuota femenina la ocuparás tú y adiós caja y supermercado, piso de 80 metros y dolores de brazo

Alas personas mías de cada día las incorporo a mi vida con bastante facilidad. Así desde que salgo de casa por la mañana me encuentro y saludo a mi quiosquero, a mi barrendero, a mi conductor de autobús y a mi cajera del supermercado. Charlo con ellos o no, según el día y la maldita prisa con la que ande, pero saludarlos lo hago a diario. Lo peor que tiene este introducir a estas personas en tu devenir de cada día es que cuando llegas a cierto grado de llamémosle amistad van las empresas respectivas y te lo cambian y vuelta a empezar. Ahora tengo cajera nueva, con ella llevo ya media docena en el supermercado de mi barrio. A esta la hago mía y a las otras no por razones muy sencillas: la amabilidad y ese aura de buena persona que tienen las buenas personas. Hago la compra para enviar a casa. Es final de la mañana y la veo cansada, pero impertérrita en su amabilidad. Mientras ordena y dispone la compra para su envío, me veo impelido a decirle alguna cosa que la conforte un poco de las cinco horas que lleva moviendo paquetes debajo de la luz roja que marca el precio. Teresa, ¿sabes cuántos kilos mueve una cajera en una jornada de ocho horas pasando los objetos por la maldita lucecita roja?, le digo. No lo sabe. Cuatro mil kilos, le respondo. No se extraña. Me señala su brazo izquierdo y me dice que ya a estas horas casi ni lo siente, que una botella de aceite pesa un kilo a las nueve de la mañana y tres kilos a las dos de la tarde. No sabe ella que soy médico y me refiere que días atrás estuvo en la consulta del médico de empresa comentándole los hormigueos y contracturas de su brazo que soporta a diario. La respuesta de mi colega la omito por pudor profesional. Lo imagino joven en flor y por tanto con derecho a decir insoportables levedades.

Como mi cajera no consigue una baja laboral de unos días para reponerse de trasegar con veinte mil kilos cada semana, le he propuesto una solución. Mira, Teresa, hazte política. Ingresa en el partido de doña Irene Montero, ministra del Gobierno del Reino de España. Ella fue cajera seis meses y ya es ministra. Ganaba unos cientos de euros y ahora ingresa miles. Vivía en un piso de barrio periférico y ahora habita un chaletazo de no sé cuántos cientos de miles de euros. Y todo en apenas cuatro años. Eso sí, Teresa, procura emparejarte con algún preboste del partido. Siendo la mujer de un mandamás llegarás más pronto, la cuota femenina la ocuparás tú y adiós caja y supermercado, piso de ochenta metros y dolores de brazo, espalda y cuello. Date prisa y súbete a la ola antes de que llegue la bajamar.

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