
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Habrá película?
Cuando las especulaciones sobre el Cónclave empezaban ya a tomar posiciones ante la opinión pública, dos gaviotas y una cría posadas sobre la chimenea anunciadora de la noticia papal, señalaron el preludio de la fumata blanca que finiquitaba el Cónclave.
La hora, 18:06 de la tarde y la claridad todavía de la jornada, me retrotrajeron a la infancia por la similitud horaria que unida, entonces, al repicar de campanas en la Mayor de San Pedro, con el acceso de Juan XXIII a la Sede Pontificia.
Una vez dicho esto, continúo de inmediato, conocida la noticia, para no verme condicionado por la multitud de opiniones e informaciones de todo tipo que vendrán en cascada próximamente. Pretendo, pues, hacerlo casi a vuelapluma desde mis convicciones como católico y mi propia experiencia formativa, tras siete Papas conocidos a lo largo de mi vida.
Naturalmente, los tiempos cambiaron, de ahí que resalte, como sucedió siempre, la alegría popular después de tanta especulación sobre el predominio en el Colegio Cardenalicio: progresistas, conservadores, reformistas, moderados, … por parte de aquellos que solamente ven el acto del Cónclave como una elección más y prescinden de las dinámicas de ese acto, sus contenidos superadores de lo meramente político a la búsqueda de una posición de Poder y no valoran, ni los dos tercios necesarios para ser elegido, lo que obliga a mucho diálogo y puestas en común sobre la agenda marcada en las Congregaciones previas y la seguridad que al efecto lo que se le otorga es mucho más una carga de responsabilidad, con carácter universal, por encima de cualquier privilegio, para afrontar las necesidades doctrinales y pastorales de mil quinientos millones de personas inmersas en todas las vicisitudes de la sociedad actual.
No podemos, a día de hoy, adivinar lo que el futuro nos puede deparar, pero mis sensaciones en la primera aparición, por supuesto sin entrar en comparaciones siempre odiosas y que no van a faltar, son subjetivas y cargadas de emoción al no hacer ninguna concesión a lo accesorio y asumiendo la servidumbre inherente al cargo aceptado como sucesor de San Pedro; por eso, me pareció perfecto inicio de su alocución, más aún en el tiempo Pascual en el que estamos, su llamamiento a mantener y fomentar la función misionera de la Iglesia y una frase decisiva: “El Mal no prevalecerá” y de ahí puedo deducir su planteamiento de “tender puentes”.
Si a ello, unimos el nombre elegido y su condición agustiniana, podemos aspirar a intuir un pontificado continuador -no nos confundamos- de la Rerum Novarum, como los Papas de los últimos tiempos y ahora “descubierta” por algunos. Seguro, menos espectacular pero no menos sensible, con una personalidad propia que invita a la Esperanza: Bienvenido León XIV.
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