Se le llama apagón informativo y es la forma más eficaz de censura en nuestras democracias neoliberales. Cocinado con desechos de cálculo político, y por supuesto con la connivencia de los grandes medios, trata de modificar la realidad antes de que llegue a los oídos, a los ojos y sobre todo a la conciencia de los ciudadanos: lo que no se cuenta no existe. Actualmente, el caso más emblemático de esta agenda del silencio es el de los refugiados.

Hace ya muchos meses que la información sobre desplazamientos, condiciones de vida o vulneración de derechos contra ellos está siendo ocultada. Primero fueron los periodistas a los que no se permitía hacer su trabajo en Idomeni o Calais; tras el Acuerdo de la vergüenza, más de tres millones de personas viven confinadas en Turquía en el limbo del olvido; y hasta la guerra de Siria, tras siete años de horror, parece haber desaparecido: un agujero negro informativo ha engullido los bombardeos, los muertos y heridos y el país entero.

Pero aunque sea con la luz apagada, en el Mediterráneo todavía quedan testigos de la tragedia. Y van a por ellos. Las organizaciones que operan en sus aguas son ahora el objetivo de una maniobra de criminalización. El caso Maleno es de los pocos que ha conseguido traspasar el grueso muro del silencio, pero hay más: tres bomberos sevillanos se enfrentan a diez años de cárcel en Grecia, el barco de la ONG ProActiva continúa secuestrado por orden de un juez italiano y se han documentado disparos recibidos en otras embarcaciones por parte de guardacostas libios, financiados y entrenados por la UE.

Muchos voluntarios que arriesgan sus vidas para salvar las de otros dicen que no se irán aunque tengan que cambiar "los chalecos salvavidas por los antibalas". Pero algunas ONG han tenido que marcharse. Eso buscan, que ya no queden ojos para ver, igual que desde hace meses casi no hay oídos para escuchar. Lograron bajar el volumen o directamente darle al mute de la descarnada realidad, de las condiciones infames, del genocidio permanente en el Mediterráneo, y ahora recurren a otros medios más expeditivos.

Ante la descarada estrategia de silenciamiento y de represión ¿qué se puede hacer? La respuesta sigue estando en los movimientos sociales progresistas, en los ciudadanos, que tienen que tomar una decisión: agrandar el mutismo cómplice o alzar legítimamente la voz, rebelarse, disentir. Contra los apagones, como siempre, como en todo, sólo sirve más luz.

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