Los andaluces y los seres superiores

No nos engañemos. Los camareros, los aparcacoches, las kelis, las chachas, los graciosos y los delincuentes hablan andaluz.

06 de septiembre 2023 - 06:00

No nos engañemos. Los camareros, los aparcacoches, las kelis, las chachas, los graciosos y los delincuentes hablan andaluz. Es lo que hay. Nos tienen que subtitular porque no se nos entiende, por no hablar de lo profundamente incultos, analfabetos y pobres que somos, exceptuando, eso sí, a los famosos señoritos, aunque a esos se les distingue porque van siempre con gorra y escopeta, o a caballo. Y vagos también somos, claro, que no damos un palo al agua mínimo desde que construimos La Alhambra. Menospreciar al andaluz es una costumbre tan arraigada que casi no se nota cuando pasa.

Lo llevan haciendo tanto tiempo que lo tenemos asumido. Fíjense en Urkullu estos días, que anda con su propuesta para una “reinterpretación pactada” de la Constitución. Su idea, asegura, es que se avance en el “carácter plurinacional del Estado” y el autogobierno de las comunidades autónomas, aunque no el de todas, claro, sino únicamente en el de las que denomina históricas, o sea, País Vasco, Cataluña y Galicia. Quizás les suene la idea, porque es más vieja que la bota de un Airgamboys. De todo eso se habló, y mucho, en los años 1977 y 1978, cuando los ‘padres’ de la Constitución quisieron colarnos una España que distinguía entre ciudadanos de primera, que eran los de las nacionalidades históricas, y ciudadanos de segunda, que éramos todos los demás.

La cosa es que en Andalucía no nos dio la gana y montamos un pollo de los buenos. Primero, el 4 de diciembre del 77, con una manifestación histórica en la que los andaluces nos enfrentamos a las pretensiones del agonizante viejo régimen (y de los que construían el nuevo) y les exigimos los mismos derechos que las regiones privilegiadas. Después, en las urnas, el 28 de febrero del año siguiente, cuando decidimos, nosotros solos, como andaluces y sin complejos, que íbamos a ser iguales que el resto. Ahora, cuarenta y pico años después, dice Urkullu que mejor que no, oye. Que como seres superiores que son, pues han pensado que van a ser ellos los que decidan, ahora que tienen la sartén por el mango. Que todo eso de que todos somos iguales estuvo muy bien, pero que nanai. Que pa eso tienen cinco diputados y saben cómo usarlos.

Lo peor, en realidad, no es que haya españoles que de verdad se crean por encima de otros. Ni siquiera la respuesta tibia y sospechosa que han dado a la propuesta los partidos nacionales, esos mismos a los que los andaluces hemos ido dando permanentemente nuestra confianza (a algunos más que a otros) una y otra vez durante décadas para que permitan e incluso fomenten, a costa de concederles todos sus deseos, que Urkullu y todos los que piensan como él se sientan realmente superiores a nosotros. Lo peor, lo más terrible de todo, no es que ahora se pasen por el arco del triunfo el 4D, el 28F, la memoria de García Caparrós y a 8 millones de andaluces, sino que, en realidad, llevan haciéndolo (y nosotros permitiéndolo) casi cincuenta años.

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