La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Para que alumbre a todos

Su prioste nos ha dado a la Esperanza como si renacieran sus altares de septenario de San Gil y la Anunciación

Golpe de suerte: cuando mi padre se incorporó en 1946, jovencísimo, al España de Tánger lo dirigía don Gregorio Corrochano, su maestro en periodismo y maestro de la crónica taurina desde 1914, autor de artículos que hoy son historia y de frases que son leyenda, testigo y cronista de lo que pasó en Talavera el 16 de mayo de 1920: "Lo he visto y no lo creo: a Joselito le ha matado un toro… Me parece mentira, pero es la realidad, y yo tengo que contarlo… Le he visto muerto y no lo creo. He visto como le quitaban del cuello un retrato de su madre y una medalla de la Virgen de la Esperanza, deformada por un toro en San Sebastián" [ya verán que hoy todo tiene que ver con la Esperanza].

Golpe de mala suerte: cuando en 1950 se inauguró la plaza de toros de Tánger le encargó a mi padre la crítica. ¡Escribir de toros, sin haberlo hecho antes, en un periódico que dirigía Corrochano! Le dijo que no se sentía preparado y don Gregorio le aleccionó: "Escribe lo que veas y no te preocupes, que en una plaza hay tantas opiniones como asientos".

Ser prioste de la Macarena debe ser algo parecido a la vez que una responsabilidad infinitamente más grande. Hay un magisterio inalcanzable por encima de ti, a cuya altura es imposible estar: la Virgen de la Esperanza y cuanto representa. Y tantas opiniones como hermanos y devotos tiene. Muchas, muchísimas más que asientos tiene una plaza de toros, aunque sea la Monumental de México. El prioste, supongo, hace su trabajo como Corrochano le dijo a mi padre que escribiera: sin preocuparse de las opiniones, fiado en lo que su devoción y conocimiento -por este orden- le dicten. Podrá acertar o equivocarse, porque somos humanos, pero si lo primero es la devoción puesta al servicio del mejor aparecerse de la Esperanza, si su empeño es que Ella sea aún más Ella tal y como la sentimos y la necesitamos, los aciertos serán siempre mayores que los errores y estos nunca serán un celemín que ahogue la luz de la lámpara encendida para que alumbre a todos.

Este septenario su prioste nos la ha dado, con naturalidad, sin esos arqueologismos tan de moda, como si renacieran sus altares de cultos de San Gil y la Anunciación, "para que -como está escrito- cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en Dios, aferrándonos a la Esperanza que tenemos delante, la cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme". La Esperanza se lo premiará. Nosotros se lo agradecemos.

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