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José Luis Orella, uno de los mejores conocedores en España de lo que se cuece en el Este europeo, ha escrito un esclarecedor artículo en El Debate sobre las claves de lo sucedido el pasado domingo en las elecciones presidenciales polacas, es decir el triunfo de la opción derechista de Karol Nawrocki sobre la centrista y europeísta representada por Rafal Trzaskowski. Por una parte, nos presenta el verdadero perfil de Nawrocki, alejada de las simplificaciones habituales en los medios españoles. Para Orella, el nuevo presidente no admite paralelismos con Trump, pero sí muy claramente con J. D. Vance: “Ambos pertenecen a la misma generación, hablan con sentido común, vienen de la sociedad común y su éxito e independencia les ha proporcionado el odio de las élites globalistas liberales”. A Nawrocki se le ha presentado como un ex boxeador de rasgos populistas, pero pocos han señalado que se trata de un respetado historiador, director del Instituto de la Memoria Nacional y gran defensor de la libertad.
Tampoco carece de interés el retrato que Orella traza de sus votantes: mayoritariamente varones, obreros y campesinos, habitantes de las regiones del este del país, las menos favorecidas por el espectacular crecimiento económico polaco. Nada diferente, pues, de las masas que están impulsando a la derecha en todas partes. Tampoco hay diferencia en el hecho de que los jóvenes se hayan inclinado decisivamente por Nawrocki, algo que sí constituye novedad respecto de anteriores elecciones polacas. Parece que en este giro juvenil ha intervenido la hábil y creativa campaña de los conservadores, capaz de equilibrar el abrumador predominio liberal y europeísta en los medios: “las elecciones han sido de las más divertidas por la imaginación demostrada para movilizar el voto; no obstante, la fractura de la sociedad polaca se ha hecho visible, y el odio demostrado contra la oposición por parte del primer ministro Donald Tusk, que ha provocado esta reacción”. En Polonia, como en todas partes, hay partido y, poco a poco, se va articulando la gran respuesta de los europeos a los designios liberticidas de Bruselas. La intromisión descarada de las instituciones de la Unión en apoyo de Trzaskwski puede haber sido altamente contraproducente para sus aspiraciones.
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