Un agujero en medio del pecho

El suicidio es una de las tres primeras causas de muerte de adolescentes andaluces. Nuestros niños se están matando

Hay quien define su rastro, sus restos, como un agujero enorme en medio del pecho. Puede que no exista explicación mejor de sus consecuencias: la nada. Un socavón, negro como los del espacio, que va creciendo y comiéndote por dentro. Muchos padres se convierten en zombis tras su paso. En muñecos a merced de la rutina y las obligaciones, fantasmas de sí mismos. Es despiadado y, desde luego, eficiente en su destrozo. Desolador, porque no llega como un bache o un repecho más en esta cosa rara, fea, en que a veces se convierte la vida, no: el suicidio de un hijo es una barrera infranqueable, un obstáculo definitivo. Lo destruye todo y lo destruye tanto que, cuentan ellos mismos, no hay ningún padre que no se muera cuando se le mata un hijo. Y aún así, aún muertos, muchos se rebelan buscando, quizás, el consuelo en la venganza. Se le ponen de frente y pronuncian su nombre, y cada vez que lo hacen le afanan una víctima, frenando su terrible carrera. Porque hablar de ello, sacarlo a la calle, decir que existe es la mejor manera de luchar contra él.

En estos días se ha hablado mucho de suicidio. Lo ha hecho en el Parlamento el Defensor del Pueblo Andaluz, Jesús Maetzu, y ha sido bastante claro: necesitamos pararlo como sea. Es una de las tres causas principales de muerte en los adolescentes andaluces. Desde 2020, y la tendencia sigue, ni los accidentes de tráfico ni los infartos ni el cáncer, sino el suicidio, ha sido el mayor asesino de niños de Andalucía. Y ahora díganme si no les produce escalofríos con solo pensarlo. Si no están de acuerdo conmigo, y con Maetzu, en que acabar con el problema debería ser una urgencia nacional. En su informe al Parlamento andaluz ha pedido a los diputados que hagan todo lo posible para lograrlo. Que aumenten presupuestos y doten de recursos a unos servicios de salud mental que son claramente deficitarios no solo a nivel hospitalario, sino también, y muy especialmente, en la Atención Primaria. Es necesario aumentar, y de forma considerable, el número de psicólogos y psiquiatras de la sanidad pública para que todos los niños puedan recibir la atención psicosanitaria con la frecuencia y el tiempo que requieran. Todo el que necesiten para evitar que acaben matándose. Sus señorías, imagínense, harán bonitas declaraciones en los medios tras leer el informe (si es que lo hacen) y, compungidas y cabizbajas, hablarán sobre lo demoledor de los datos y lo mucho que queda por hacer. Dirán que toman nota y soltarán su tradicional palabrería más o menos grandilocuente.

Después, apagados los focos, se darán la vuelta y pasarán al siguiente tema. Pero no se pongan tan puestos, que es más o menos lo mismo que haremos los periodistas y lo que harán ustedes mismos: problema olvidado, problema eliminado, y a otra cosa, mariposa. Los padres de los muertos lo saben, y por eso insisten una y otra vez en recordárnoslo mientras, supongo, rezan para que por una vez se rompa la estadística y nadie más tenga que enterarse a las bravas, con una carta en la mesita de noche, de que muchos de nuestros niños se están matando.

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