Políticamente incorrecto

Francisco Revuelta

El acostumbramiento

07 de octubre 2009 - 01:00

UNA de las características del ser humano es su capacidad para acostumbrarse, además de a lo bueno, a lo que es malo. En cierto modo esto presenta sus ventajas, pero asimismo sus inconvenientes, según el caso. Es verdad que hay personas que no logran superar algunos problemas y que en ello les va la vida, pero también es cierto que son muchas las que ante lo negativo se acostumbran y dejan de tomar cualquier iniciativa para cambiar la situación, cayendo en una pasividad que les proporciona una reducción o eliminación de sus preocupaciones y disgustos, lo cual puede entenderse cuando las circunstancias son inmodificables. Sin embargo, en general, las cosas no son así, pues suelen ser de grado. Además, en las cuales es posible influir desde un poco hasta mucho o muchísimo, dependiendo del momento o lugar. Aplicado esto al mundo de la política, habría que decir que en la actualidad una buena parte de la sociedad ha caído en un estado de acostumbramiento de un elevado número de sucesos rechazables por los que -aunque los catalogue como tales- no se moviliza ni se altera al asumirlos como propios de la política y de la clase que en ella habita.

Es raro encontrarse con algún mes siquiera que no tenga por medio un caso de corrupción o de prácticas irregulares -investigándose o en proceso judicial-, de transfuguismo vergonzoso y similares, de tal forma tales fenómenos se han asumido como formando parte del paisaje político; en definitiva, como algo natural, que acapara las noticias pero que provoca casi la misma reacción que las informaciones meteorológicas. Pero el problema de esa pasividad es que es, precisamente, el tipo de alimento que necesitan para sobrevivir, para que no desaparezcan todos esos acontecimientos. En el momento inicial, los partidos políticos se inquietan, se preguntan acerca de la incidencia en los votantes. Pero eso no les dura mucho, pues estiman que siempre hay fórmulas para recuperarse, a través de favores, de compras de votos y de mil triquiñuelas, y porque saben de ese pasar, de ese acostumbramiento que acalla y amordaza sutilmente. Ahora es el tiempo de Gürtel, de Astapa, de Benidorm… Mañana ya vendrán los que los sustituirán, pero en esencia con los mismos guiones, a no ser que la ciudadanía vuelva a tomar conciencia de las armas democráticas que tiene en sus manos con el voto, la participación y el uso de la libertad de expresión, castigando comportamientos, estilos y actitudes, porque sólo así es posible un cambio en el panorama. No esperemos mucho de los partidos si no los azuzamos, si no les hacemos ver que no somos súbditos ni borregos, que tenemos criterio y que discernimos entre el bien y el mal, lo prudente y lo imprudente y la espiga y la paja. ¿Es mucho pedir?

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