Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Fuera de las aceras

Si otrora un ciclista solía ser un 'protoecologista', ahora puede ser un perfecto macarra

El ciclismo urbano es una botica: ahí hay de todo. De todo, porque en el rubro ciclistas incluiremos a toda la familia a ruedas, no sólo a los bicicleteros a pedal puro y a los supervitaminizados con batería, sino también a los patineteros y a los autopropulsados patinadores de bota, de tan estético ver; a los monopatinistas de gorra al revés, envidiables; y a cualquier otro vehículo de los muchos tipos que ya circulan por los carriles-bici, por las aceras o por las calzadas junto a los coches y motos. Gama de artefactos aparte, también en este asunto se da lo de la vieja botica en cuanto a usuarios: hay de todo. Como en cualquier colegio, familia, barrio, raza o ciudad, la bici conoce conductores normales, educados, niños y viejos, atentos o cafres, solipsistas ajenos al mundo, cívicos, torpones, virgueros, policías sin placa prestos a amonestar con el timbre... Lejos quedan los tiempos en los que los ciclistas pioneros, quizá con una pinza de ropa aplicada al final de la pernera, fueron pasando de pobres a promotores de su salud, o a concienciados ambientalistas contrarios al imperio de la combustión. Si otrora un ciclista solía ser un protoecologista, ahora puede ser un perfecto macarra: lo mismo que sucede con el coche.

Pasa con el turismo como este con este tipo de paseante o commuter (lo siento, pero en español se traduce como "viajero diario al trabajo", muy largo; ahí nos ganan los ingleses): los ayuntamientos se ven forzados a intervenir para asegurar ciertos orden y cordialidad en la convivencia callejera. Morir de éxito une a los pisos turísticos y al universo rodante. Además, conoce una especie híbrida: el turista en "vehículo de movilidad personal (VMP)", quizá en pandilla con sus hoverboard ("plataforma con dos ruedas y dos espacios para los pies movido a motor": de nuevo, el inglés arrasa terminológicamente). En estos días, Barcelona, con un grave problema de rechazo al turismo sin barreras y otro igual de grave de movilidad, ha decidido prohibir a los VMP circular por las aceras, sea cual sea su anchura. El lío es grande. Porque, además, la tendencia ante las crisis suele ser la normación radical, que por ejemplo conlleva que nadie pueda montar su patinete o bici plegable en un transporte público o al entrar en un edificio a hacer una gestión: una barbaridad, cuando aquí se roban todos estos artilugios en un plisplás, y sin castigo. Por último, una pregunta cándida y mosqueada: ¿por qué se permite vender VMP que pueden ir a mucha más velocidad de lo que las normativas permiten? Lo dicho: como los coches.

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