Confabulario
Manuel Gregorio González
Narcisismo y política
Hace unos días descubrí que la Policía Nacional tiene una unidad para velar por la seguridad en el lado oculto de la ciudad, dentro de la red de alcantarillado sobre la que pasamos a diario. De cara al dispositivo de la Procesión Magna Mariana, que reunió a miles de personas hace una semana, los agentes contaron a los lectores de este periódico cómo trabajan para evitar que se pusieran explosivos o armas ocultas en los túneles subterráneos.
Debería ser reconfortante para el ciudadano saberse “seguro” y “cuidado” ante un evento de tal calado y aún así, en las redes sociales leí comentarios criticando. -“¿Qué se creen, que esto es Madrid”?, decía uno. Otro se reía de lo “ridículos” que somos en Huelva por desplegar tal dispositivo, “como si hiciera falta. Es Huelva, por Dios”. Desde luego, también había quienes elogiaban el trabajo y la valentía de la Policía, cierto es. Pero no dejo de darle vueltas a qué pensará toda esa gente que deja de hacer tareas propias para criticar lo ajeno con palabras hirientes en el periódico de su ciudad. ¿Qué les puede llevar a pensar que Huelva no es digna de ser protegida?
Solo se me viene a la cabeza una respuesta: el aburrimiento. El hastío como arma arrojadiza, como polvo que ensucia, como gesto que cansa. Un sinsentido que se extiende como plaga, amenazando la integridad informativa y que, para más inri, contagia.
Los medios están para crear debate pero a veces las redes se convierten en un agujero negro donde cabe todo y que nos lleva a perder el norte.
¿Ha pensado ese querido lector que se ríe de una información en el tiempo que la persona de detrás ha necesitado para redactarla? ¿Sabe quizá que ha madrugado, se ha documentado y se ha quedado trabajando a destajo ese mismo día de la Magna –sábado, por cierto– para contárselo mientras él bebía cerveza en la calle despreocupado?
Respeto, menos aburrimiento y sobre todo, más amor propio. Por uno mismo y por una ciudad que no solo necesita ser amada por quienes la habitan, sino por quienes hacen la labor de contar las historias que en ella pasan, siendo testigos de la cultura y la vida de una Huelva que, a pesar de esas voces ruidosas, late cada vez con más fuerza y esperanza. Precisamente, por esa gente culta, inteligente y amable a la que la vida le aprieta tanto, que no tiene tiempo de gastarlo criticando.
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