EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Yue Yue

26 de octubre 2011 - 01:00

LA semana pasada circuló por internet el vídeo de una niña china que había sido atropellada por dos vehículos en una calle de Fushan, en la provincia de Cantón. La niña se llamaba Yue Yue, que significa algo así como Pequeña Alegría, y primero fue atropellada por una camioneta y luego por un camión. La camioneta la atropelló dos veces: la primera por descuido del conductor, pero la segunda de forma intencionada, para asegurarse la muerte de la niña, sin que peatones ni ciclistas hicieran nada por evitarlo. Sólo una mujer de 57 años se atrevió a auxiliar a la niña, aunque ya era demasiado tarde porque estaba en situación de muerte cerebral.

Hacer el mal es algo muy sencillo, porque basta dejarse llevar por los impulsos primarios del cerebro reptiliano, pero lo complejo, lo extraordinario, lo inexplicable, es hacer todo lo contrario: apiadarse de alguien que no conocemos e intentar ayudarlo, como hizo la mujer china que socorrió a la niña ante la indiferencia general. Si lo pensamos bien, la cualidad humana más asombrosa de todas es la compasión, como lo prueba el hecho de que sea un concepto que ha tardado mucho en incorporarse a nuestro sistema de valores. Los filósofos griegos, por ejemplo, desdeñaban la compasión, por considerarla humillante para quien la ejercía y quien la recibía. Y en la Biblia, el Dios colérico del Antiguo Testamento tampoco parecía muy inclinado a ejercerla. Sólo fue en el Nuevo Testamento de Jesucristo donde la compasión apareció como el fundamento de la ética cristiana. En el islam también es una virtud esencial, pero no sé si se puede decir lo mismo del budismo y del hinduismo, que parecen religiones más pendientes de la liberación personal que de la misericordia hacia los demás. Y en la filosofía de Confucio, que es lo más parecido a una religión que tienen los chinos, la compasión tampoco tiene ninguna relevancia. Los chinos creen en los antepasados, y en los lazos que unen a las familias, y en las máximas de Confucio, y en un difuso taoísmo que hermana todas las fuerzas de la naturaleza. Nada más.

Y aquí llegamos a otra cuestión. La niña Yue Yue murió porque en China no hay Seguridad Social, así que los conductores prefieren matar a una persona atropellada antes que dejarla herida, porque si la matan sólo tienen que pagar unos dos mil euros de indemnización, pero si la hieren deben hacerse cargo de los gastos de hospitalización, que pueden ser muy superiores. No sé si somos conscientes de ello, pero la Seguridad Social surge de dos corrientes de pensamiento, la cristiana y la marxista, que cristalizaron en un proyecto común europeo a lo largo del siglo XX. En China, en cambio, no existe la medicina gratuita ni nada que se le parezca. A Yue Yue, eso le costó la vida.

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