
Cambio de sentido
Carmen Camacho
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La colmena
Creo que es la segunda vez que voy a escribir bien de Vox. En octubre lo hice cuando Santiago Abascal acabó siendo el gran derrotado de la moción de censura contra Pedro Sánchez y sirvió a Pablo Casado para reivindicarse como líder moderado de la oposición. Ahora lo hago sin ironía. El patio en la derecha continúa igual de revuelto pero Vox sigue a lo suyo. Ni los de Abascal tienen un problema de liderazgo y fidelidad entre los suyos ni lo tienen los de Pablo Iglesias. No pueden decir lo mismo en el PSOE -que el efecto Illa sea extrapolable está por ver- y mucho menos en Cs, donde parece que hay una alineación oficial (la de Inés Arrimadas) y otra oficiosa marcando la estrategia (la de Albert Rivera y sus amistades peligrosas con los de García Egea).
Vox no ha dejado de demostrarnos en su corta pero intensa carrera parlamentaria que les va bien jugando en los márgenes. No se desgastan entrando en los gobiernos pero tocan bola. Desde su estreno en la vida pública en las elecciones andaluzas hasta la convocatoria catalana del 14-F no han hecho sino consolidar y ensanchar sus bases. Y, aunque es evidente que tienen mucho de populismo (y oportunismo), hasta le sacan partido a su predilección por la vía judicial. Siempre he lamentado que cualquier conflicto que se enquista en España acabe en los tribunales. Rectifico. En el caso de Hasel, tal vez sea una salida. Que Vox haya presentado una querella contra Pablo Echenique por su tuit apoyando a "los jóvenes antifascistas" es un giro inesperado tras una larga semana de disturbios. El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso se niega a condenar el vandalismo pero tendrá que responder ante los jueces acusado de "incitar a la violencia". Un año de prisión estipula el Código Penal para "la distribución o difusión pública de mensajes o consignas que inciten a la alteración del orden público".
Podemos también va a lo suyo... y no pensemos que les va tan mal. Los laberintos de Pablo Iglesias son relativos: la mitad de sus votantes creen que deben condenar sin titubeos los altercados en las calles. Sin hacer cálculos tacticistas; por decencia política y por responsabilidad; porque ahora están en el Gobierno y no son los frikis de la oposición. La otra mitad, sin embargo, no creen que ese sea el problema... Y tal vez haya que darles la razón: estamos ante un "falso debate" y, sobre todo, ante una "falsa solución". ¿Con un tuit pensamos que se van a dejar de quemar contenedores?
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