Hace calor, demasiado calor para la época en la que estamos, y para colmo sufrimos ya un prematuro incendio televisado en el levante español. Este tórrido panorama hace que crezca en mi entorno la preocupación por el duro verano que vamos a sufrir, y sobre todo por la pertinaz falta de lluvias. Quizás por esto vimos anteayer a un obispo en Cataluña sacar a la Virgen de los Torrentes a las calles, pedían a Dios chaparrones para paliar los estragos de uno de los inviernos más secos que se recuerdan, pero claro, eso es cosa de Fe. Sacar Santos para llamar al “Dios de la lluvia”, como se ha hecho en otros momentos de nuestra historia, choca con un pensamiento racional y actual que invita más a hacer preguntas, buscar respuestas y proponer soluciones.

Los análisis científicos no ponen el foco del problema del agua en la irascibilidad de alguna deidad, sino en las consecuencias de la destrucción de nuestro entorno natural y en los efectos del cambio climático propiciado por la actividad humana. La explotación intensiva del suelo, sobre todo la agraria, o una gestión industrial basada en parámetros de disponibilidad obsoletos, son algunas de las causas que hacen que sea imposible garantizar su plena  disponibilidad a medio plazo. Desde la perspectiva de una escasez hídrica anunciada,  sorprende aún más que se aprueben  en la provincia deHuelva proyectos mineros con gran consumo de agua, como por ejemplo las ampliaciones en Minas de Riotinto o la apertura en Valverde del Camino,  o que se "juguetee" con un polémico trasvase de agua en superficie en Doñana. Incluso si queremos ampliar el foco, cabrea sobremanera recordar el vaciado de embalses del año pasado por las hidroeléctricas para mejorar resultados, o comprobar cómo los Fondos de Inversión occidentales adquieren y blindan grandes acuíferos en países empobrecidos. En fin, falta de previsión y mercadeo.

No llueve, no hay suficiente agua embalsada y por supuesto no queremos renunciar a nuestra fantástica calidad de vida, y encima vemos pocas alternativas a la de sacar santos a las calles. El agua es parte de nuestro patrimonio colectivo, esencial para la vida y considerado su consumo básico como un derecho fundamental en todas las legislaciones. Urge por lo tanto que exijamos y fabriquemos pactos por el agua, pactos y medidas alejadas de toda especulación. Urge quizás que pensemos sedientos, y es que nos va la existencia en ello. Y si no somos capaces, pues saquemos con devoción a la Virgen de los Torrentes, pero para que nos llueva sentido común.

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