Durante mi juventud clasificaba a los individuos en dos apartados muy diferenciados: las personas con sentido común y los carajotes. Eran otros tiempos, había una exigencia intelectual bien definida, los discos de vinilo o los casetes se escuchaban en sus respectivos reproductores con la defensa a ultranza de los necesarios ruidos de la imperfección. Al pan se le llamaba pan y al vino vino. Recuerdo la muerte de Franco mientras compraba leche, y el golpe de Tejero en clase de Latín, escuchábamos la voz que salía del transistor de la profesora con algo de miedo y desconfianza.

El mensaje del rey gustó a media España, solo a media España. Y un rey, según nuestra Constitución, debe ser el jefe del Estado de todo el territorio nacional. Los medios de comunicación lo califican como un mensaje prudente, de convivencia y de diálogo. A mí no me gustó. Mucho yo, mucho personalismo y poca humildad. En los tiempos que corren solo puede salvarse el humilde. Solo perdurará aquello que es y será necesario. Y la necesidad de los españoles debe ser la necesidad de un rey. Con hechos, no con palabrería. Daba la impresión de que busca tan solo la defensa de su propia permanencia. Y eso hay que trabajarlo, hay que ganárselo.

Moreno Bonilla no tiene la talla necesaria para presidir Andalucía, como tampoco la tienen ni Marín, ni Rodríguez, ni Serrano, y mucho menos Susana. En mi época se decía aquello de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Pero si lo que hay no es bueno pues ni eso vale. Tal vez, para presidir Andalucía, al igual que otros muchos lugares de este país, las personas válidas, esas que poseen sentido común, están escondidas, no por que ellos quieran, las tienen apartadas, relegadas. Ya lo bueno no abunda, ni suena, se encuentra marginado por una clase dominante que desea el poder a toda costa. Y el poder como nostalgia, acaba en la mentira de la sociedad.

En mis tiempos existían las personas con sentido común y los carajotes. Ahora para encontrar a un ser humano con sentido común hay que hacer oposiciones. Abundan los carajotes, los indeseables, los creídos, los sobrenaturales que no habitan en la naturaleza, los rancios, los políticos de baja clase y menor condición, los usuarios de redes sociales, los que no tienen educación, los que aborrecen la cultura. Antes valorábamos el ruido y la imperfección. Ahora se añade un me gusta en las redes sin leer ni siquiera aquello que han escrito. Sin humildad no hay política, y sin educación no existe el sentido común.

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