Vamos a la playa calienta el sol

20 de abril 2023 - 01:31

Ya has sacado a pasear el bañador, las chanclas y la nevera? Los días de playa han llegado, espero que para quedarse no. Necesitamos que llueva con urgencia para intentar salvarnos de una sequía inevitable.

No te voy a hablar de la lluvia, no puedo solucionar el problema. Te voy a hablar de las personas que ahora mismo están en un rincón de su habitación llorando porque se han probado el bañador del año pasado. O las que están sufriendo un ataque de ansiedad en el probador de Lencería Teresa. ¿Qué medidas tomar para que el proceso de adaptación al verano no sea tan traumático?

Seguro que has sentido lo mismo que yo si eres de carne y hueso: esa sensación de tener los pies blanditos cuando te pones por primera vez las chanclas sumada a un sentimiento de desprotección y frío, aunque haga calor, echando de menos esos calcetines con los que has vivido los últimos seis meses. Pies blancos, níveos, recién salidos del horno en contacto con un calzado duro que no lo sientes aún tuyo.

Pantalones cortos cuando te acuerdas de los largos a las ocho de la mañana, chaqueta a las tres de la tarde anhelando una camiseta de tirantes. Es el tiempo de los locos, que lo llaman: vemos cada cuadro en la calle que da mucha risa, o pena, según lo que marque el termómetro.

Lo que peor llevo es ver a gente bronceada por el sol en pleno abril: no tienen ningún respeto, debería estar penado por ley. ¿Qué vais a dejar para el verano? Ese paseo playero en vaqueros, por el color mortecino de tus piernas, viendo a personas con sus bikinis y bañadores untándose el cuerpo con aceite de zanahoria y poniendo a remojo sus pies blanditos en la orilla, porque el agua está fría aunque el sol caliente… ¡Báñate si vienes con todo, sé consecuente con tus decisiones! Al agua y castillo de arena en la orilla.

Pero llega ese momento en el que quieres disfrutar de un día de playa con todos sus perejiles: sombrilla, silla, nevera, tinto con limón, tortilla de patatas, pollo empanado y de postre sandía. Lo que no sabías era que ibas a compartir ese día con tus vecinos de sombrilla y que iba a ser imposible no oír sus gritos ni su música. Otras cosas para prohibir: poner música en la playa, hablar alto y chillar. Sí, soy una quejica; por eso mismo tengo playa privada a la que accedo a través de un túnel que conecta con mi vestidor de treinta metros cuadrados en el que de una pasada veo toda mi ropa. No tengo que hacer cambio de armario ni me olvido de la ropa que compré el año pasado. Soy como Madonna, uso un paraguas para que el sol no broncee mi piel, por eso soy tan blanca.

No me salen rozaduras cuando empiezo a usar sandalias ni escucho el perro del vecino aullar todo el día. Todo está bien: la ropa blanca del verano pasado sigue siendo blanca. No me perturba el cambio de estación.

Que llueva que llueva la vírgen de la cueva dos meses seguidos porque dicen que en abril aguas mil y mayo de regalo, que hace falta. Recuerda: no te lleves el altavoz a la playa.

[La imagen es un óleo de Francisco Pérez]

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