Enhebrando

Manuel González Mairena

Turrón y tutti frutti

La semana pasada por cosas del azar, la suerte o las casualidades, me encontré con David, un amigo al que no sabría precisar desde cuándo no veía. Y es que el confinamiento y las restricciones hacen que los recuentos sean altamente difusos. ¿Computan esos meses? Él no tenía que estar por aquí, me dice, que la huelga de maquinistas ha hecho que tuviera que bajar a su madre desde Madrid. En fin, aceptamos el reto del destino y quedamos para el día siguiente. Frente a una bola de helado de turrón y helado de mantecado con yema en cucurucho de chocolate, él, y una tarrina de turrón y tutti frutti, yo, nos pusimos un poco al día. Las redes sociales han conseguido que sepamos unos de otros, algo de interacción virtual, pero nada comparable al cara a cara. Llegué siete minutos tarde, cómo odio la impuntualidad, pero el motivo de mi retraso, dejar a mi hijo en un cumpleaños infantil, nos dio el punto de partida de la conversación: el regreso de estos cumpleaños y los grupos de WhatsApp del colegio. Síntomas de querer dejar atrás una pandemia. De ahí saltamos a la crianza de los hijos, yo tengo la parejita y él un triunvirato femenino, de cómo crecen, de la alegría desbordante por sus logros. Me cuenta detalles pequeños que abren las compuertas del amor. También hablamos de nuestros trabajos. Tiene uno de los mejores trabajos del mundo. Eso me parece. Un parque de atracciones de emociones y memoria (bueno, no literalmente). Viajes de vez en cuando por Europa incluidos en el pack. No sé qué daría por pasar un día allí, llevando el café o portando equipaje. Aunque me habla de la constancia que requiere, siempre pendiente del teléfono. Proseguimos con política, amistades, recuerdos y libros. Andamos hasta su coche, va a recoger a su familia para ir al paseo marítimo, y nos despedimos hasta la próxima.

Y todo esto, en el fondo, va de saldar deudas con uno mismo. Retomar el pulso con lo que somos. Porque no hay buzón de reciclaje para el tiempo que tiramos a la basura. Las conversaciones aún me salen desafinadas por falta de práctica. Las amistades son caleidoscópicas; uno encuentra la necesidad de darse y hacerse con los demás. Los míos. Un brindis, pues la amistad se escancia, se guarda en barricas y se cata convenientemente, que también hay vinagres. Y nada, también he vuelto a los partidillos de los miércoles, amistades en torno a un balón (otros afectos, otras pasiones). Y esta tarde tengo cita con mi amigo Rafa a la que prometo llegar puntual.

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