últimamente todo el mundo a mi alrededor se va de viaje. No sé qué ha pasado, pero en muy poco tiempo las vacaciones, los puentes, los días libres… se han globalizado. Ahora, o te vas como mínimo a Berlín o no tienes de qué hablar. Ese es el segundo fenómeno encadenado a este: se viaja para contarlo, para compartir las fotos en las redes, para presumir de chollos lowcost, en ridícula competencia por demostrar lo barato que ha costado todo. Si todo es tan barato y tan estupendo, ¿cómo no viajar? Hasta que por nuestras ganas de pasarlo bien, los ciudadanos de los lugares que visitamos empiezan a pasarlo mal.

La expansión de las fronteras turísticas está empezando a reventar por sus propias costuras de satisfacción. La invasión se va de madre y en Venecia tienen que colocar tornos para turistas, o ya no se puede ni pasear por unas ramblas repletas de guiris semidesnudos. No es sólo la realidad del avasallamiento, del agobio al compartir un espacio público saturado: son ataques cada vez mayores al derecho a la vivienda, al uso de recursos esenciales como el agua, al medioambiente. Y hay mucho más: explotación laboral cada vez más intensa y precaria, expulsión de los vecinos de sus lugares de residencia por el encarecimiento de las viviendas, mercantilización de todos los aspectos de la vida, desde las tiendas de barrio al transporte… Al malestar acumulado se le llama ahora turismofobia. Mejor debería llamarse efectos del monocultivo turístico en la gran tarta de capitalismo mundial.

¿Hay soluciones? Desde luego, y no en los tornos. Se necesitan con urgencia fórmulas para garantizar un turismo suficiente y rentable, que deje dinero de verdad en las ciudades (no en multinacionales o fondos) sin expulsar a los ciudadanos. Y para eso hace falta replantear el modelo, que no es sólo regular el sector, sino aplicar una visión amplia, compleja, que conjugue los intereses de los habitantes, de los visitantes y del entorno. No tenemos gobernantes tan valientes, me temo.

Pero la otra pata de este asunto me concierne a mí y a todos esos amigos que relatan sus chollos viajeros. Ninguno queremos ir fastidiando por ahí, es verdad. Pero si mis vacaciones afectan a gente que está siendo expulsada de sus barrios, si mi derecho a viajar va carcomiendo otros derechos fundamentales… por muy baratas que sean, ¿son unas vacaciones justas?

Voy a colgar la pregunta en mi cuenta de Facebook.

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