Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

'Trolley' vuelve al altillo

Es dura la vida del turista, pero a los galeotes en gira, el plano nos pone, nos compensa el combate

Uno de los síntomas de una amistad duradera es utilizar frases de cabecera. En mi caso y el de otros miembros de una de esas constelaciones de afecto desinteresado sin las que vivir no sería lo mismo, hay una que, en este puente andaluz que hoy periclita, se me ha venido varias veces a la cabeza -y al hombro: qué de bullas y colas y regates-. Reza así: "Es dura la vida del turista". Pertrechados con mochila y trolley -el ruido de los ruedines es a veces el de un enjambre de ávidos forasteros-, preferiblemente en grupos y guiados por el sumo sacerdote Smartphone, el turista es una especie invasora pero a la vez benéfica: como si un déficit de proteínas en una ciudad se paliara comiéndose con arroz a las cotorras de color verde, el déficit económico de las ciudades desindustrializadas y los pueblos que ya no son agrícolas ni ganaderos ni pesqueros -salvo de fachada- se regula con la válvula del guiri nacional o extranjero, sea un chino, un japonés o una troupe de despedidores de soltería ya bien metidos en la treintena.

No abundaremos en la paradójica queja sobre el turismo: "Lo mismo te echo de menos que antes te echaba de más", que cantaba Kiko Veneno. Permitan, sin embargo, dos reflexiones exprés sobre este puente, tan benéfico para la hostelería y hotelería y sus sectores auxiliares como insufrible para el rarete de cercanía, ese espécimen que prefiere que le arranquen las pestañas a irse de circuito de aeropuertos secundarios. He ahí los activos y los pasivos del ramo, que lo son según quién mire. La primera observación me lleva a lo que en mi primer trabajo -práctica de aprendiz- descubrí que se llamaba Clearing house, vale decir Cámara de compensación, o dicho en jerga José Mota, "las gallinas que entran, por las que van saliendo", tú a Boston y yo a California; tú a Granada, yo a Cádiz, y así en combinaciones de ocho provincias. Los de aquí se van allí; los de allí, allá o acá. Quedan los hospedajes, los monumentos, las atracciones, las playas, los restaurantes. El saldo neto de los flujos de lugareños cruzados se diría que es de suma casi cero. La segunda reflexión es que quien se marcha volando o en coche está hoy deseandito de abrir la puerta de su casa: la cama propia deviene en monumento privado. Y como corolario de esta segunda hipótesis, otra paradoja: así se nos pasa la vida, de aquí para allá, deseando el lunes que llegue el viernes, que el puente empiece... y se acabe. Un sin vivir, stricto sensu. Pero a los galeotes en gira, el plan nos pone. Con sus extensiones al difundir las fotos: el regusto del café. De Starbucks.

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