LA tragedia vivida ayer en la Refinería La Rábida no puede sino llevarnos, en primer lugar, a mostrar nuestro pesar y solidaridad con los familiares y allegados de los dos trabajadores fallecidos en el accidente, así como con los de los dos heridos, a quienes deseamos una pronta recuperación. Lo sucedido, y a la espera de conocer las causas concretas, es un punto negro y trágico en la historia de unas instalaciones que durante tantos años han sido referente en la aplicación de los últimos avances en todos los campos y, muy especialmente, en materia de prevención de riesgos laborales. Los errores y los infortunios, sin embargo, existen. Es necesario que Cepsa y las autoridades concluyan con rigor y lo antes posible, pero sin prisas, las investigaciones iniciadas ayer para esclarecer lo ocurrido y evitar que en el futuro se repita un suceso similar, estableciendo las mejoras que sean necesarias. Sería imprudente y frívolo intentar abrir a partir de lo ocurrido un debate sobre la continuidad de las industrias del Polo Químico. Como en otras ocasiones hemos mantenido desde este espacio editorial -posición que no vamos a alterar a causa de este terrible accidente-, las industrias ubicadas en el entorno de la Punta del Sebo representan para Huelva un valor y no una carga, un plus con el que muchos otros territorios desearían contar. No se trata de anteponer los puestos de trabajo o la riqueza que generan las fábricas a aspectos de seguridad o medioambientales, sino de defender la compatibilidad de unos y otros. Es cierto que en la memoria colectiva de muchos onubenses se mantiene la percepción de que las fábricas son una carga del pasado de la que hay que prescindir. Y posiblemente se dieran motivos para mantener esta posición muchos años atrás, pero a día de hoy la realidad es otra bien distinta puesto que todas las fábricas cumplen prácticamente a rajatabla con la normativa existente en materia de emisiones contaminantes. Es momento de mantener la cabeza fría y de fijar prioridades.

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