Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
EL uso de las tarjetas de crédito no estaba convenientemente protocolizado en Suecia, así que cuando a Mona Sahlin, vicepresidenta del Gobierno en 1995 y potencial sucesora de Ingvar Carlssom, le contaron algo menos de 6.000 euros en gastos supuestamente personales, la esperanza socialdemócrata tuvo que dimitir. Se le acusó de deslealtad, abuso de poder y fraude. Mona se había marchado a una isla del Índico para salvarse de la presión mediática mientras se solucionaba su sucesión, y aunque lo abonó con su tarjeta particular, el erario sueco pagó a su asistente y a los guardaespaldas. Vamos, que se tuvo que marchar. El affaire se conocería como el caso Toblerone, porque entre las liberalidades de la mujer -cigarrillos, pañales y otros domésticos- estuvo la de comprarse dos chocolatinas a cargo de esta tarjeta de representación. Finalmente, la opinión pública sueca la envió al purgatorio, y no los tribunales, por su falta de transparencia. Mona Sahlin se retiró y escribió un libro en el que explicaba cómo pudo ocurrir todo esto, y hace años que volvió a la política tras esta redención intelectual y la devolución del dinero malgastado más unos intereses. El plus de ejemplaridad de un político es mayor que la de un rector, o un vicerrector, pero a todos se les presupone una virtud cuando pide el voto. Se espera eso: una sincera investigación.
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