Sicarios: unos y otros

28 de noviembre 2015 - 01:00

Tengo amigos, algunos más conocidos que otros, también absolutamente desconocidos, que a veces encuentro ocasionalmente y que, siempre con generosa amabilidad comentan mis críticas. En unos casos favorablemente y en otros expresando sus criterios adversos, como debe ser. De cualquier manera siempre les digo que yo sólo intento orientar al mismo tiempo que manifiesto mi opinión. Procuro evitar todo dogmatismo y cualquier asomo de suficiencia. El otro día uno de esos entrañables conocidos me decía sobre Sicario (2015), uno de los más recientes estrenos, "unas cosas me han gustado, otras no". Si alguno de los lectores, que me hicieron el favor de leer mi crítica, recuerdan cual era mi consideración al respecto, saben que en general era favorable si bien también a mi había algunas cosas que tampoco me gustaron.

Pero antes de abundar en ese análisis, que creo que la vigencia del tema del film lo merece, debo incidir en una cuestión. Concluía la crítica, publicada el pasado miércoles, recordando que con ese mismo título Sicario hay una película venezolana que, estrenada en la 21 edición del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, no sólo ganó el Colón de Oro del Certamen onubense en 1995, sino que, entre otros galardones, también fue seleccionada para el Oscar de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa de ese mismo año. El film de José Ramón Novoa nos trasladaba a un ámbito marginal de un barrio de la ciudad colombiana de Medellín donde abunda la droga, el narcotráfico, el delito y los asaltos violentos y donde los más jóvenes en su miserable pobreza se ven obligados a matar a los adversarios de los narcotraficantes por dinero. La denuncia alcanzaba por igual a una realidad social y a un conflicto delincuencial extremo.

En la película que vemos ahora dirigida por Denise Villeneuve, cuyas admiradas películas Enemy (2013) y Prisioneros (2013), tan distintas, precedían su prestigio, las instancias retratadas son muy superiores social, política y militarmente hablando. Con su carga simbólica y su sesgo poliédrico, temas y tratamientos que ya hemos visto en otras películas, el realizador los sublima pero deja bien patente su personal estilo. Traslada el escenario a la frontera entre México y Estados Unidos y recrea en secuencias de frenética acción, violencia y dinamismo, un trepidante paso por la infernal Ciudad Juárez, la ciudad sin ley. Todo en el contexto de un relato que hace vibrar en muchos pasajes los nervios más templados del espectador.

En ese círculo de agitada vibración visual se establece a veces un clima claustrofóbico de protagonismos personales, de rencillas irreconciliables, de intimidades profanadas, de competencias perturbadas, de venganzas implacables, de celos profesionales. Y todo ello en el torvo mundo del narcotráfico en un escenario alucinante y de una crudeza narrativa en ocasiones escalofriante. Con un Benicio del Toro en el máximo apogeo de la contención y la convicción más expresiva. Película imprescindible.

QUIROGA

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