Este año me la he jugado, he llevado al límite la paciencia, el decoro y todo lo que sostiene a una relación de pareja considerada “normal” para los tiempos que corren. Han pasado dos días y no me ha dejado; me he salvado por los pelos.

Todo empezó cuando me di cuenta de que el día de los enamorados para él era un día marcado por la sensiblería, el consumismo y la caída de dientes por el exceso de azúcar. A mí me da igual porque soy intensa cuando me lo propongo y puedo montar una escena en cualquier momento del año. Respeto su postura y la comparto en parte pero si puedo sacar jugo de ello dando por saco, pues lo hago. La historia es que hablando del día que se acercaba le dije que no le iba a montar ninguna cena romántica pero por lo menos que me dejara escribirle una carta de amor. Su repuesta fue contundente: si me escribes una carta de amor, que sea la última que me escribes. Eso me dejó anonadada, se me rompió el corazón, sentí un dolor inmenso en el pecho, vi cómo nuestras manos se iban separando mientras el tren se alejaba… Te vas a enterar chaval, te voy a montar una que no se te va a olvidar en la vida. Y así fue. Monté una performance para el día de los enamorados que ningún otro año voy a poder superar. Escribí una última carta, tal como me dijo.

Compré un corazón de mentira con su vena cava superior y su aorta, no dejé nada a la imaginación. Cogí el cuchillo más grande que había en la cocina, papel film, kétchup y elegí el salón como escenario. De música de fondo puse La marche funébre de Chopin, la pieza musical más famosa e icónica que mejor puede acompañar a la muerte: en este caso la muerte de una chica que escribió su última carta de amor. Mi vestuario no estuvo muy pensado pero al final fue acertado: un pantalón de pijama negro con una sudadera de estampado de leopardo.

Preparé primero el rastro de sangre que iba desde el sofá hasta el corazón. Antes puse papel film en el suelo, no quería que oliera el salón a big mac doble con queso. Me imaginé cómo sería la sangre si me sacara el corazón del pecho con un cuchillo de cocina. Coloqué el corazón en el suelo y junto a él una hoja donde escribí: “Mi corazón es tuyo, fue bonito”. Puse la música a toda pastilla para que se oyera desde el pasillo del edificio y esperé tumbada en el sofá boca abajo con el cuchillo en la mano cayendo hasta el suelo y manchado de kétchup. Me coloqué así para poder reírme: ya era demasiado tener que poner cara de muerta aguantando el tirón. Lo malo es que paró a echar gasolina, tardó más de la cuenta y tuve que levantarme del sofá tres veces para poner la canción desde el principio. Ocho minutos por tres veinticuatro: casi media hora allí boca abajo con un cuchillo en la mano y mi corazón por los suelos.

No te diré que lo pasé mal, fue muy divertido. Escuchando una y otra vez la marcha, tan cercana a la muerte, no pude imaginar otro escenario mejor para celebrar el amor y la vida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios