Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Revolucionarios de pitiminí

El problema es cuando la política se limita únicamente a gestos. Cuando todo es continente ayuno de contenido

No es que yo añore ni abogue por ninguna revolución. Sobre todo, porque las revoluciones son muy cansadas y los revolucionarios muy cansinos. Más allá de lo interesantes que pueden resultar ambos como trama para una película o una novela. Piensen en Doctor Zhivago, por ejemplo. Pero, entre el esperpento protagonizado por la parlamentaria de Adelante Andalucía vertiendo arena sobre el escaño del presidente de la Junta y la astracanada de la concejala de Podemos en Córdoba que cumplimentó a Su Majestad la Reina embutida en un vestido con los colores de la bandera republicana me da que lo de asaltar palacios de invierno quedó, afortunadamente, para la historia.

Los gestos siempre han tenido una gran importancia en política. Son incontables las ocasiones en las que un simple gesto, una imagen o un lema han movilizado las conciencias y el voto. El problema es cuando la política se limita únicamente a gestos. Cuando todo es continente ayuno de contenido. Y a fuerza de repetirlos se banalizan, resultando pueriles y hasta ridículos, por mucho que algunos se empeñen en calificarlos de sostenibles, ecorresilientes, verdes, empoderados, feministas y demás adjetivos huecos con los que suele calificarse últimamente cualquier invención del político de turno. Y peor aún, cuando el gesto es casi una gamberrada. Supongo que la arena derramada sobre el escaño del señor Moreno la acabó limpiando algún empleado del parlamento. No creo que la señora parlamentaría por muy progresista que sea fuera después, armada de cepillo y bayeta, a solventar el desaguisado. Que una cosa es torear y otra, hablar de toros.

Anécdotas aparte, lo que resulta preocupante es que el gesto se haya convertido en la esencia de la política. Y peor aún, que quienes deberían mostrar sensatez, y me refiero a los líderes políticos, se dejen llevar por las patochadas de los radicales de tres al cuarto. Resulta ridículo ver a estos revolucionarios de pitiminí volverse a la comodidad del hogar capitalista con el que quieren acabar, tras pegarse al marco de alguna obra maestra en un museo, manchar de pintura los leones del Congreso y destrozar el patrimonio con pintadas ridículas, para mantener -como leí a uno de ellos- un ritmo constante de acciones disruptivas de alta intensidad que fuerce la aceptación de nuestras propuestas. Cuando el gesto sólo es vandalismo, la acción política torna en coacción y prostituye la democracia.

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