El masivo seguimiento de las manifestaciones por las pensiones dignas en toda España ha pillado por sorpresa a más de uno. Primero por su novedad: no es habitual ver las calles llenas de personas mayores y tan combativas. En Madrid, ante la perplejidad de la Policía, lograron hasta bloquear la entrada de las Cortes, algo que no había sucedido ni con el 15-M. Y después por su contundencia: están verdaderamente enfadados, tienen motivos. Y no van a callarse por el momento.

Probablemente el Gobierno tampoco esperaba esta rebeldía. Al fin y al cabo, los jubilados han mantenido la paz social ayudando a sus hijos en paro, han asumido el copago sanitario, han perdido durante años poder adquisitivo… y ahora, por una subida del 0,25% se echan a la calle. ¿Inexplicable? Por si esto fuera poco, la culpa de todo la tienen ellos. Porque son muchos, cada vez más, y viven mucho. Son responsables de no morirse, dejó entrever Celia Villalobos al declarar que muchos pensionistas se llevan más tiempo cobrando "la paga" que trabajando. Pues eso.

Detrás del debate sobre las pensiones está la incapacidad de la izquierda para aportar alternativas ambiciosas y realistas, y el objetivo -no declarado pero tácito- de la derecha, que consistiría en sustituir el actual sistema de pensiones contributivas por otro de pensiones asistenciales. De ahí la necesidad de ir ahorrando para completar la pensión, como ha dicho Rajoy. Y entonces llegamos a la otra cara del problema, mucho más grave y de la que se habla mucho menos. Dentro de unas décadas ya no habrá pensiones dignas ni siquiera ahorrando, entre otras razones porque es imposible que con salarios indecentes y contratos precarios se alcance una prestación suficiente. De ello se han encargado las reformas laborales y del sistema de pensiones de los últimos gobiernos, da igual su color político. Las futuras generaciones de pensionistas sí conocerán de verdad la palabra miseria.

Entre tantos motivos para la preocupación y el pesimismo sólo hay uno para la esperanza: esa imagen inesperada de nuestros padres o abuelos saliendo a la calle, movilizados no sólo contra la injusticia sino contra el cinismo con que se perpetra. La contemplo con inquietud -es inevitable preguntarse "¿y qué será de mi pensión?"-, con orgullo y también con algo de vergüenza, porque la lucha que abanderan no les concierne solo a ellos. La indignación de esta generación resistente ha subido mucho más del 0,25%. ¿Y la nuestra?

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