Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
TODOS estaremos de acuerdo en que la pintura es un arte y, por consiguiente, una fuerza útil para desarrollar el alma humana, incluso me atrevería a decir que hay pocas cosas en la tierra que tiendan más a la belleza y provoquen más satisfacción. El artista crea su obra de arte por vía de la mística y domina las formas, como lo hace Rafa Pinto en su modesto estudio. Este pintor onubense piensa al igual que Eduard Manet o Kandisky que uno tiene que ser de su tiempo y pintar lo que ve, pues la obra es muchas veces madre de nuestros sentimientos.
Su inconformismo creativo mantiene una lucha entre pintar de memoria o observar los modelos u objetos, pero con grandes dosis de realismo y una sed infinita de justicia social. No necesita servir a ninguna causa sino que siente un irrefrenable deseo de crear su propia realidad; en solitario, convirtiéndose en brazo que empuja su propia historia. Pero también es hijo de su tierra, la siente y deja cada día en sus cuadros su indeleble sello. Le dio la vida y las posibilidades de endulzar los tragos más amargos.
Los estilos artísticos fluyen entre sus manos, le fascinan los ismos como el Surrealismo, Cubismo, Impresionismo o Dadaísmo, pero también movimientos como el naif, caracterizado por su ingenuidad y espontaneidad, donde aparece el niño que siempre ha llevado Rafa dentro, salpicado todo de autodidactismo y colores brillantes y contrastados. Su escuela pictórica pasa por alguno de los grandes genios como Pablo Picasso, Marc Chagall, Jean Michel Basquiat o Zabaleta, pero también admira la obra de pintores onubenses como Vázquez Díaz, Víctor Pulido, Pedro Rodríguez o Castro Crespo.
En su universo cada color tiene un propósito general que desarrollará un ramillete de ideas y que expresa su espíritu interior. Pero claro con esa luz tan especial que tiene Huelva y que Juan Ramón puso de manifiesto en Platero y yo. La claridad inunda los cuadros como componente fundamental de un mundo mágico. Necesita la mezcla para alcanzar la gama de colores que revolucionen sus composiciones, confiando sobremanera en el amarillo, blanco, marrón y negro.
Pero Pinto también es un gran provocador, sin intención pero con causa. Le gusta agitar a aquellos sectores de la sociedad más conservadores y poner cara de pillo tras la reprimenda y el escándalo. Muy a menudo emprende caminos desconocidos que para nada coinciden con los convencionalismos que marca, a veces, el mundo del arte o esta sociedad tan materialista. De hecho no es nada comercial y suele decir que hace lo que le sale de las tripas.
En algunas ocasiones su inconformismo es tal que recorre los caminos del existencialismo para buscar ese hombre libre que es responsable de sus actos y que también retratara el pintor expresionista noruego Eduard Munst en su cuadro El Grito. De hecho tiene algunas composiciones muy parecidas. Al día siguiente se levanta con su pátina de sencillez y con su gran pasión: la pintura, y todo comienza de nuevo a ordenarse y a cobrar sentido. Es entonces cuando se refugia en sus cuarteles de invierno y se transforma en un dios creador que no se aburre nunca.
Son muchas las exposiciones en las que ha participado, unas veces colectivas y otras individualmente, como El extraño que me sigue, en Aljaraque o La fea adolescencia en Huelva, pero quizá la más singular haya sido la intitulada Género desordenado que llevó a cabo en la Sala de Exposiciones de la Universidad de Huelva. Ha pintado cientos de cuadros, algunos cuelgan ya de salones distinguidos, pero sigue en su pelea eterna e intensa para buscar su verdad.
Los circuitos comerciales son complicados, pero espero que en próximas fechas su pintura llegue a todas las salas importantes de esta provincia, pues es fresca, diferente y tiene siempre un hilo conductor. Tras la mirada general el cuadro se convierte en una aventura donde hay que descubrir la urdimbre y recorrer las cuadrículas para comprender y entender. A mí particularmente me gustan mucho sus cuadros sobre todo porque son una interpretación actualizada de viejos temas y una pintura alegre que no deja indiferente a nadie.
Dejamos a Rafa Pinto en su pequeño taller con sus Tablas de la Ley impolutas, con su camisa de cuadros, sus pantalones vaqueros, sus zapatos de deporte y su pelo desordenado, pero con una concepción del arte nítida y compleja y con una mirada altanera que ya sueña con mezclar nuevo colores en su pipeta de bioquímico.
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