Privilegios para melancólicos

En su existencia no hay días nublados. Por eso, quizá, sonríen más que nosotros y bailan mejor

Hay momentos en los que hasta la luz del día es de segunda mano. Todo adquiere aspecto de gastado, de ropa usada que se ha vuelto prescindible, porque hemos olvidado la ilusión que nos hizo cuando la estrenamos. Es un sentimiento acompañado de cansancio y ausencia de ilusión. Se produce mayoritariamente los lunes, al final de las vacaciones, cada vez que pierde nuestro equipo o cuando alguien en quien estábamos interesados nos dice que no puede quedar porque ha venido un primo suyo de Albacete al que debe atender. O de Murcia, que es lo menos relevante, porque, aunque algunos lo expliquen todo por el lugar de nacimiento de cada uno, en los temas importantes eso es lo de menos. Y esa melancólica sensación de agotamiento, de tener el alma pesada como le ocurre al estómago tras una buena fabada, nos paraliza cada cierto tiempo y por razones distintas, pero que coinciden todas ellas en que nos dejan desganados, desmotivados y presa fácil del sofá, los libros de autoayuda y las canciones de Leonard Cohen.

No se trata de depresiones, algo sobre lo que no conviene frivolizar, que es un asunto grave y doloroso. No, me refiero a sentimientos de abandono, aburrimiento y hastío propios del primer mundo provocados por las rutinas de quien, teniendo todo, posee también los ingredientes necesarios para fabricarse un buen día gris para que no falte de nada en su arco iris perfecto. Es un comportamiento inexistente en aquellos lugares donde se juegan la vida para escapar de la pobreza. Pero nosotros vivimos en una sociedad en la que unos se quieren ir y otros navegan en cayuco por aguas bravas impulsados por el sueño de venir. Quienes mueren de hambre no entienden de fronteras, ni de políticas de salón o marketing. Nunca comprenderán nuestra apatía de los lunes, ni por qué muchos desean irse del lugar al que ellos ansían llegar. Cuando dentro de unos días regresemos malhumorados y cansados comparando morenos con vecinos y compañeros, lo haremos escasamente motivados por culpa de los particulares problemas del primer mundo; y estaría bien recordar que, entre nosotros, hay quienes ajenos a cuál es la mejor vacuna, la marcha de Messi o la situación de Puigdemont, sueñan con lo que a nosotros nos produce tedio y se ilusionan tanto con conseguirlo, que se juegan la vida en ello. Por eso, quizá, sonríen más que nosotros y bailan mejor. En su existencia no hay días nublados. O viven o mueren, pero nunca languidecen, porque el derecho a la melancolía es un privilegio sólo al alcance de unos pocos elegidos.

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