Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Que los ciudadanos comiencen a odiar la política no debe extrañar a nadie. Y tal vez odio no sea el término correcto que debamos aplicar para indicar que abunda el pasotismo, la defensa del yo frente al nosotros, o el ensimismamiento. Nuestros políticos no muestran a los ciudadanos garantías reales, ni siquiera son capaces de convencer, y mucho menos de establecer argumentos sólidos en los momentos difíciles. Ser político no está de moda, o mejor, la política ha caído en desgracia.
El escritor Vicente Verdú (Elche, 1942), fallecido hace tan solo unos días, respondía a una entrevista en 2011 con estas palabras: "Los políticos están acabados. En efecto, como se corea en las manifestaciones: "No nos representan". El sistema de representación parlamentaria es un producto caduco, del siglo XVIII-XIX, que hacía al pueblo sentir que las leyes se las daba a sí mismo, y no que venían dictadas por un monarca absoluto inspirado por Dios. Ahora, por más que los políticos sacralicen el voto, el sistema es un cuerpo muerto que sólo crea gusanos, supuraciones, corrupción. Votamos a uno u otro sin habernos leído el programa, incluso dejando que nos oculten el programa. Que te creas demócrata porque votes cada cuatro años, o que un señor se mantenga ese tiempo en el poder a pesar de que los sondeos de opinión lo suspendan una y otra vez, es inconcebible". Una gran mayoría de los ciudadanos pensamos estas cosas y otros tantos tuitean las imbecilidades que escriben los Monedero, Iglesias, Sánchez, Casado o Rivera. Y lo hacen convencidos de que esas palabras de los políticos son la ley, pero resulta curioso que una gran parte de esos "me gusta" se ponen sin haber leído el texto en cuestión. Es que somos muy modernos y también muy ignorantes.
La clase política que nos ha tocado vivir es muy baja, bajísima, una de las peores de la historia. ¿Se han fijado como todos nuestros políticos presumen de inocente? Esto de la presunción de inocencia se lo tienen aprendido de memoria. Presunción de presumido, e inocente cuando son culpables de la dejadez y de la falta de liderazgo, por no decir que son culpables de pleno derecho.
La presunción de inocencia en España está recogida en el art. 24.2 de la Constitución Española. Quien acusa tiene que demostrar la culpabilidad del acusado y por tanto el acusado no tiene que demostrar su inocencia, ya que de ella se parte. Es curioso, pero como en casi todos los principios jurídicos. En nuestros políticos hay mucho de presumir de inocentes porque son presumidos.
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