Cada día que transcurre tengo más claro que la época que nos ha tocado vivir no me apasiona. Y escribo el verbo apasionar cuando en realidad debería haber puesto en su lugar "me aflige". Esta muestra de sinceridad se debe en buena medida a las circunstancias sociales y culturales que he visto evolucionar en varias décadas. No digo con esto que lo de antes fuese mejor, simplemente que si lo de antes era pésimo, este tiempo también lo es.

La sociedad ha evolucionado hacia el postureo, mucha postura y poca masa gris. La educación ha estado y está por los suelos. A la cultura mejor ni hacerle caso (en la cultura se observa muy de lleno esta generación, que según define la palabra postureo en el diccionario de la RAE, está en actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción).

Elvira Lindo escribió hace unos días un artículo en El País titulado Urge hablar de educación. El planteamiento que nos muestra la escritora me parece muy correcto y acertado, y animo a su lectura. En él se indican verdades como puños, verdades que no solo ella ha comentado en alguna ocasión, pero si analizamos fríamente su contenido comprobamos que sus palabras volverán a caer en saco roto. Porque a veces este tipo de crítica social se convierte en crítica impostada. Se echan en falta en el mundo, en nuestro país ni hablemos, mentes brillantes, nombres de peso que sirvan de modelos a seguir, de guías que eviten el final que no importa en absoluto a la mayoría, y que acabará siendo el final al que nos conducen. Y esos nombres no están.

El postureo convive con la posverdad. Y ustedes no se pueden imaginar qué mezcla más explosiva y nefasta para nuestro futuro más cercano y para nuestro futuro más próximo. Vivir en la era de lo posible y no de la verdad es un error que nos come terreno. La estética come terreno a la ética y acaba convirtiéndose en provocación, la provocación estética del postureo, de lo impostado, de lo artificial, de la mentira.

Vuelve a bajar el índice de lectura, y la compra de libros y periódicos. Las administraciones no fomentan ni la lectura ni el pensamiento, gastan sus presupuestos en mover de un sitio a otro a los dinosaurios que, desde hace mucho tiempo, ya no tienen nada que decir. ¿Quieren saber qué tenemos que hacer o al menos lo que hago? Pues me anclo a la edad ética, olvido el intento de comprender, acepto el compromiso intelectual de la lectura y, sobre todo, gestiono los contenidos y me curo de los conocimientos.

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