Desde la ría

José María / Segovia

Pintando el cielo

05 de mayo 2016 - 01:00

SE fue cuando no lo esperábamos. La primavera, que es la diosa de la luz y de los colores, estaba enamorada de su arte. Y desde las alturas de la Sierra donde él tocó tantas veces el cielo en sus pinturas, su alma voló enamorada de otra luz cegadora en la fe. Y allí, en ese pórtico de la gloria eterna, entre resplandores azules y blancos, como su Huelva, los ángeles que tan frecuentemente acariciaban sus pinceles le subieron atado a esa cinta que desde el Conquero le esperaba desde siempre.

En esta hora, siempre triste, de la partida de un ser querido, el recuerdo a José María Franco, artista, poeta de luces, sentimiento de devociones y candor de corazón, se ata a nuestro recuerdo de una forma permanente.

En estos días han sido muchas las palabras y los escritos que han nacido, llenos de cariño y de amistad, hacia José María. Quienes conocieron su arte, su proximidad, su entrega, su onubensismo y su espíritu devocional, han sabido decir y expresar todo lo que su persona ha significado en ocho décadas de su pasión onubense. La poesía de su vida que él ha eternizado en su obra artística perdurará para siempre. La luz de su formación religiosa, de sus devociones, de su amor a su Patrona, serán cirios que alumbrarán la presencia de lo que siempre fue: un hombre bueno, sencillo, noble, ejemplar. Para mí, además de todo eso, era un familiar unido en el parentesco de nuestras madres. Nunca nos llamábamos por nuestros nombres, siempre nos decíamos: primo. Lo que así era. Y en esa confianza de la familia, uníamos nuestros afanes desmedidos de amor a Huelva, desde nuestra niñez y juventud por la casa de sus padres, en la calle Rábida, de toda su familia en aquella vivienda de la calle del Puerto, frente al Paseo del Chocolate, en un enorme corralón de aquella Huelva antigua ya desaparecida.

Su pasión colombina la experimenté mejor que nadie y hoy me cabe la alegría de que la obras de su padre, Domingo, la suya y la de su hijo Alberto Germán, sean hitos permanentes de Historia en esa Rábida cuna de nuestra mayor orgullo.

Hoy en mi casa, en mis libros, su recuerdo es viva presencia de arte en pergaminos, acuarelas, dibujos que siempre me dedicaba con el cariño familiar.

Se ha ido un hombre bueno. Un ángel artista. Un hijo ejemplar y un padre que donó a su hijo lo mejor de su alma y de su espíritu: su arte.

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