Vicente Quiroga

Piedra y cielo

Caleidoscopio

CONVIENE, de vez en cuando, alejar la mirada de esta convulsa situación actual, aunque se la atisbe de reojo, para retornar a ese remanso gratificante y reparador de la lectura y, como no cesa, a esa fructífera cosecha del Trienio Juanramoniano, que ha dado como grata consecuencia abundantes publicaciones de la inmensa e inagotable obra del moguereño universal. Y sigo insistiendo en lo inagotable porque no terminan nunca nuevos hallazgos de obras inéditas del Premio Nóbel moguereño. Rebrote florido de ese enorme y frondoso árbol es una nueva edición que Visor Libros ha publicado con el auspicio del Comité Organizador para el Trienio Zenobia-Juan Ramón Jiménez 2006-2008.

Se trata de 'Piedra y cielo', poemario de un año, 1917-1918, en cuya última página, como se apresura a reseñar Miguel Casado, autor del prólogo, el propio poeta expresaba lo que, sin duda, era "un íntimo deseo", como sincero testimonio de sus más recónditas intenciones: "Quisiera que mi libro/ fuese, como es el cielo por la noche,/ todo verdad presente, sin historia". Esa veracidad explícita magnifica su compromiso ético "al margen del tiempo" y expone su convicción de eternidades: "¿Soy? ¡Seré!/ Seré, hecho onda/ del río del recuerdo./ ¡Contigo, agua corriente!".

Lo escribe más directamente, más firmemente, en su prólogo Miguel Casado: "La orgullosa ambición de una verdad intemporal tiembla, pues, en el aire de esa noche; como consecuencia de la movilidad y apertura de la imagen, no llega a fraguar el dique que se le quiere poner al tiempo. Y hace esta imagen que se evoquen las múltiples "noches" diseminadas a través de los poemas del libro". Y es sencillo y atrayente advertirlo: "¡Recuerdos, que una noche,/ de pronto, resurjís,/ como una rosa en un desierto,/ como una estrella al mediodía".

Otro de los aspectos reveladores de esta obra es la evidencia de una poesía abstracta lo que el propio Juan Ramón Jiménez reconocía en 'Diario de un poeta recién casado' y reafirmaba en sus poemarios 'Eternidades' y en éste que ahora nos ocupa, cuando escribía: "Mi renovación empieza cuando el viaje a América y se manifiesta con el Diario. El mar me hace revivir, porque es el contacto con lo natural, con los elementos, y gracias a él viene la poesía abstracta".

Casado, el prologuista, asevera después que "El debate del cuerpo y el alma está inscrito en el propio título del libro, que lo es también de su primera y tercera parte, con la resonancia del cielo y el suelo de Luis de León: "A veces las estrellas/ no se abren en el cielo./ El suelo es el que brilla/ igual que un estrellado firmamento". Sí, es la deriva indeclinable de la imagen como declaración precisa y conmovedora de su raíz y su deseo: "¡Qué semejante/ el viaje del mar al de la muerte,/ al de la eterna vida!". El mar siempre espacio inmenso y admirable de la abstracción.

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