Vivimos una época de insoportables personalismos, de protagonismos impostados y pretenciosos, que con su repelente vanidad se dirigen a los demás con enojosa suficiencia. Abundan en el variopinto y complejo mundo de la política y de sus desconcertantes actuaciones nos dolemos muy a menudo. Pero más frecuentes, por su proximidad y acceso directo a la intimidad de nuestros propios hogares, en el ámbito mediático, especialmente en el televisivo. Así comprobamos como muchos de esos rostros conocidos de la pequeña pantalla, con nombres y apellidos, lucen su pretenciosidad de manera que sus actuaciones destaquen sobre las de los personajes que acuden a sus programas en entrevistas o intervenciones diversas. Articulan sus emisiones de forma que les permita un mayor lucimiento, un superior número de planos o con argumentos y recursos que propicien sus criterios, opiniones y hasta juicios que superan o eclipsan las consideraciones de sus invitados o esos moderadores que toman partido y con su incontenible verborrea hablan más que sus contertulios. Es decir que en muchas ocasiones el entrevistador interviene más que el entrevistado. Actores y actrices que exaltan más sus actuaciones que las obras o películas que protagonizan. Como -a veces ha ocurrido- el prólogo es más largo que el libro. Un protagonismo excesivo o más bien abusivo y empalagoso.

Esto ocurre en los medios informativos especialmente en los televisivos pero, insisto, mucho más en el mundo de la política. Entre las muchas ocasiones que hemos podido comprobar ese abuso inflacionario del protagonismo es fácil destacar la serie de desatinos y disparates que se produjeron en la reciente moción de censura presentada contra el gobierno en el Congreso de los Diputados. Aparte del propio dislate que suponía tal decisión en las actuales circunstancias políticas y con el fracaso evidente, que ha motivado después tantos comentarios y opiniones enfrentadas y para todos los gustos - cada uno se contenta a su manera -, la evidencia de los hechos resulta perturbadora y bochornosa, muestra real del ostensible deterioro de la cámara, de la oprobiosa mediocridad de algunos diputados, aparte de la incontinencia verbal y agresividad de muchos de ellos.

Como era de esperar y los más torpes sabían, con la bendición del cielo contradictorio y discordante de VOX, Sánchez, aprovechó la ocasión para desplegar con su peculiar arrogancia y el entusiasmo adulador de su parroquia, incluidos sus fervorosos ministros, todo su repertorio de réplicas traídas de casa con respuestas para las preguntas que no se le harían, y el silencio para las cuestiones de las que no informa nunca, incluida la del Sahara, sin que faltara su insistente y obsesivo ataque a Feijoo, que aqueja su paranoia patológica, ya crónica hasta las elecciones. Todo un mitin electoral interminable y repetitivo De propina el discurso de Yolanda Díaz, la Ninfa Egeria populista de la coalición gubernamental… "Qui prodest?".

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