El lanzador de cuchillos

Pasión por Voltaire

Nunca en la historia de la humanidad las hogueras del fanatismo religioso, étnico o político se han apagado del todo

En esta Semana Santa que da (y saca) sus primeros pasos releo -me molestan los columnistas que presumen de releer como si ya lo tuvieran todo leído, pero en este caso, y sin que sirva de precedente, es verdad- el tratado de Voltaire sobre la tolerancia, un librito que se encuentra, sin duda, entre las obras más singulares del gran escritor francés, y también entre las que más contribuyeron a darle su dilatada fama de combatiente contra las injusticias y las infamias del fanatismo clerical. El éxito de la obra está de sobra justificado por su valerosa toma de posición a favor de la racionalidad frente al oscurantismo, su nítida definición de lo civil y lo judicial como ámbitos netamente separados e independientes del de las creencias y, sobre todo, por su apasionada defensa de la virtud laica de la tolerancia, del respeto sagrado a la existencia del otro.

Nunca en la historia de la humanidad las hogueras del fanatismo religioso, étnico o político se han apagado del todo. Tampoco hoy, como estamos viendo. La batalla por la tolerancia, que hace algunos años podía parecernos superada para siempre, es de nuevo la gran batalla cultural que Occidente necesita librar, aunque ya casi nadie hable de ella. Voltaire nos enseña el camino y lo ilumina con la linterna de la razón. Vivimos un tiempo de pasión sectaria y se hace necesario volver la mirada a aquellos ilustrados que, animados por la mayor fe en el hombre y en sus facultades, emplearon las armas de su saber para inaugurar una era de renovación de la humanidad.

Esta semana, los andaluces miramos al cielo y nos encomendamos al Crucificado, en cuyo nombre -paradójicamente- se cometieron a lo largo de la historia crímenes execrables. Voltaire, contra lo que dice su leyenda, tenía de Jesucristo una opinión inmejorable. Valga de ejemplo este pasaje: "Llevaron a Jesús ante el gobernador romano de la provincia y le acusaron calumniosamente de ser un perturbador del reposo público, que decía que no había que pagar tributo al César y que además se titulaba rey de los judíos. El gobernador Pilatos tuvo la indigna debilidad de condenarle para apaciguar el tumulto excitado contra él mismo; máxime habiendo sufrido ya una rebelión de los judíos, según nos refiere Josefo. Pregunto ahora: ¿cuál es de derecho divino, la tolerancia o la intolerancia? Si queréis pareceros a Jesucristo, sed mártires y no verdugos".

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