Desde la ría
José María Segovia
Hoy es Navidad
Se ha estrenado hace unos días el documental de Jordi Évole sobre el Papa Francisco, en el que diez jóvenes de distinto origen, ocupación y creencias dialogan con el pontífice sobre temas candentes en la sociedad y la iglesia. El resultado es impactante y en algunos momentos llega a emocionar. La trascendencia de la propuesta no está, me parece, en las respuestas de Francisco a las cuestiones que los jóvenes le plantean.
Algunas de ellas siguen la línea tradicional de la teología y el dogma católicos, como cuando habla del aborto o del papel de la mujer en la iglesia; otras sí descubren opiniones más abiertas y novedosas, al comentar por ejemplo la diversidad de opciones sexuales. El verdadero interés reside en el hecho de que, durante casi hora y media, lo que ve y oye el espectador rezuma verdad y contagia esperanza, un diálogo lleno de autenticidad y valores necesarios para el mundo contemporáneo. Y eso es realmente inaudito tratándose del máximo responsable de una institución casi siempre considerada como una reliquia: unas veces por malicia, otras por ignorancia y la mayoría, es así, por puro y simple alejamiento de la realidad.
Es verdad también que, tras diez años de pontificado, el talante y cercanía de Francisco han mejorado la imagen de la Iglesia en una sociedad cada vez más descreída y secularizada. Pero esos cambios externos, esa campechanía (y bien sabemos lo engañosa que es esta palabra), solo serían un barniz publicitario si Bergoglio no se hubiera empleado a fondo en otra transformación más lenta y necesaria: su empeño en salir a las periferias, las existenciales y las geográficas. Pone en el centro de su mensaje a los descartados, a los que ven vulnerados sus derechos, lo que significa reivindicar sencillamente el evangelio. Y, más difícil todavía, busca descentralizar la institución nombrando a cardenales de países periféricos, lo que denota un vuelco radical en la visión geopolítica de la iglesia que se hará notar en el próximo cónclave.
Francisco pasará a la historia como un papa insólito. No porque lleve zapatos normales o cuente chistes, sino porque transmite una voluntad genuina de estar con la gente corriente en sus experiencias, anhelos y sufrimientos cotidianos.
La Iglesia de Jesús no es una institución celestial hecha para la otra vida, sino para acompañar en esta a personas que viven en un mundo complicado e injusto. Hoy, el día que los cristianos celebran que es posible subvertir la historia, es apropiado recordarlo.
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