No había llegado a Sevilla cuando supo que un compañero de trabajo con el que había compartido espacio y tiempo había dado positivo de Covid. Venía de Albacete y llegó cansado del viaje. Con tiempo había avisado a su mujer para que se fuera a casa de sus padres con el hijo, él se tenía que confinar y llamar al Servicio Andaluz de Salud para informar de sus circunstancias. Había dispuesto, pues, lo necesario para que resultara lo conveniente y sabía que ya iba a formar parte de una estadística por hacer, la de los que habían estado en presencia del virus e informaban de ello a las autoridades. O sea, miles y miles. Y miles. Es el cuadro indeseado de todos los dirigentes políticos e institucionales de este tiempo de tribulación. De norte a sur, de este a oeste. Son las imágenes de las colas delante de los centroa de salud, las esperas, la desazón, los nervios que pueden devenir en el enfado, la protesta y la rebeldía. Y las insoportables imágenes de la última ola de la pandemia, con los médicos, enfermeros, auxiliares y celadores cubiertos de protección de la cabeza a los pies, auxiliando a los enfermos graves.

Pablo llegó efectivamente cansado pero es que el viaje de Albacete a Sevilla es largo y cansino, además de lo que representa conducir con los chaparrones, la llovizna y la noche. Llamada tranquilizadora a sus padres, hay lo que hay, nada más. Que estuvo cerca de un compañero del trabajo que había sido infectado de Covid, las circunstancias no importan en absoluto y nadie es responsable de estar infectado y no saberlo, que es por eso por lo que, como él lo sabe, había dispuesto confinarse hasta descartar las malas noticias. Al día siguiente, bien. Esperando recibir la llamada del rastreador, o como se llame, para la pertinente prueba del antígeno o la PCR, o las dos. Sigue sin haber síntomas, por lo que dice a su familia. Quedándose en su casa, cerca del teléfono, esperando una llamada importante, desbloquea en su parte alícuota la cola interminable de los centros de salud, la que da la vuelta a la manzana de gentes como él, expuesto al contagio y a la espera de saber si lo está o no, o de la francamente contagiada ya. Que atiende más o menos pacientemente, las instrucciones del médico, cuando sea posible que llegue a su presencia. Ahí está el problema, en la Atención Primaria, y se ve claramente en la situación de Pablo. La crítica es, evidentemente, a esa situación, ese estado del Servicio Andaluz para la pandemia. Pablo espera y se resigna. Pablo es mi hijo.

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