A style="text-transform:uppercase">unque se realizaron las pruebas en mayo de 2015, la OCDE ha esperado hasta ahora, vísperas de Navidades, para entregarnos los resultados de su último International Student Evaluation Program (PISA) en una cesta con carbón, como hacen los Reyes Magos con los que no se han portado bien. Estos resultados son alentadores para España, que parece subir escaños en el ranking de países (a pesar de que invierte en educación el 4,3% del PIB, frente al 5,2% de los países de la OCDE), pero nefasto para Andalucía situándola a la cola del país en Ciencias y la penúltima en lectura y Matemáticas.

Para no autocastigarnos, podríamos relativizar los resultados recordando que han hecho la prueba un 2% de los estudiantes de 15 años andaluces (¿De verdad son datos representativos?). Calmaríamos nuestra conciencia considerando que se trata de una prueba que sólo mide tres competencias. Nos tranquilizaría recordar que el informe asegura que el principal factor de diferencia lo marca el índice sociocultural de las familias. Podríamos alegar también que en esta galopada hacia los primeros puestos, Andalucía echó a correr con retraso. Podríamos incluso presumir cómo se le está ganando la partida al absentismo y al abandono de los estudios. También añadiríamos que, sin conocer los resultados de PISA, ya la Junta de Andalucía tenía elaborado su Plan para el éxito educativo. Ante algunos datos apetece pasar de PISA pero no nos dejarán hacerlo Castilla-León ni Madrid o Navarra con resultados incluso superiores a los de países europeos.

Ejerciendo la autocrítica, habrá que reconocer que las inversiones por parte de la Junta no han tenido consecuencias positivas. Que las medidas de mejora, bienintencionadas seguramente, han quedado reducidas a un intervencionismo excesivo en la dinámica de los centros, que ha creado una enorme burocratización en el trabajo del docente, más preocupado en tener los documentos al día que de lograr aprendizaje útil en sus alumnos. Que aumentan las evaluaciones al alumnado sin conseguirse las del profesorado. Que a medida que crece la competencia tecnológica en los chavales y más conocimientos adquieren, menos saben qué hacer con ellos que, al final, es lo que mide PISA.

Cierto, los resultados debieran ser analizados, pero globalmente porque también delatan las desigualdades y disparidades que se dan entre las autonomías españolas o ¿no cuenta que Andalucía o Extremadura estén un 75% por debajo de la renta per cápita media de la Unión Europea?

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