Me cuentan que en primero de guerra se explica que los primeros momentos son cruciales; se trata de golpear lo más duro posible y escenificar el poderío.

Vivo preocupado la víspera de la jornada trágica que mañana viviremos en Cataluña. Los políticos catalanes que son responsables de todo esto, deberán pagar las consecuencias. Me abstengo de calificarlos porque no me sale la palabra y si alguna se me ocurriera, no sería decente escribirla en esta columna.

Han lanzado a la población contra la fuerza de un Estado que no, no defiende la soberanía nacional, sino la perpetuidad de los privilegios de toda una casta política, que se resiste a reformar a fondo este país, empezando por ellos mismos. Algo que es metafísicamente imposible porque simplemente, tendrían que irse. No se democratiza un político español o catalán, que es lo mismo, en horas veinticuatro. Se trata, simple y llanamente, de no aceptar que el modelo surgido de la transición ha muerto y que el objetivo es perpetuar el modelo que ha encumbrado a la casta política -también la catalana- a cotas de poder, protección y enriquecimiento que no quieren perder bajo ningún concepto.

La revolución social catalana ha tomado una deriva que se superpone a la idea del independentismo. Ahora muchos de los que quieren votar simplemente quieren un cambio. La mayoría no sabe qué cambio. Yo se lo adelanto; la revolución catalana escenifica el final de la fallida transición, pero el país idiotizado a través de planes de estudio nefastos y una incultura social generalizada, no atisba a saber qué es la segunda transición que debió llevarse a cabo hace más de treinta años.

La tragedia es que nuestros políticos -también los catalanes- tampoco.

La escenificación de que la ciudadanía no sabe a lo que se enfrenta son los claveles rojos -flor genuinamente española en el ideario cultural colectivo, también del catalán-. Los niños no son escudos humanos sino el componente de la ignorancia de los padres, a lo que se enfrentan.

Sí, ya sé que este es un artículo a toro pendiente de pasar; arriesgado. En este instante en que se lee, nada me gustaría más que haberme equivocado.

Se avecinan tiempos muy complejos; las revoluciones suelen ser impredecibles y yo, que peino canas pasados los cincuenta, no atisbo nada bueno. Ojalá me equivoque de nuevo. De buena gana me asumiría como ignorante por no ver a varias generaciones futuras perdidas y un país definitivamente desnortado.

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