El exceso de información y la rapidez del acceso a la misma nos está convirtiendo en una sociedad donde lo superficial y la apariencia en más importante que el contenido. El concepto de obesidad mental no es un concepto nuevo, nace cuando internet y las redes sociales nos hacen accesible tal volumen de información que no somos capaces de digerir adecuadamente, y que consumimos sin paramos a analizar la solvencia de la fuente y lo que es más importante la veracidad de la noticia.
Todo el mundo acepta que hay que luchar contra la obesidad física, algo que es evidente por el riesgo que supone para la salud de la persona, sin embargo, nadie parece preocuparse por los efectos de la obesidad mental, con el agravante de que esta, ocasiona daños colaterales a nuestra sociedad cuando compartimos y aceptamos una información no digerida adecuadamente. El obeso mental consume mucha información sin comprobar su veracidad, y la añade a su bagaje de conocimientos difundiéndolos como hechos ciertos, convirtiéndose de esta manera en cómplice de bulos o mentiras en muchos casos interesados, que empobrecen la realidad de una sociedad que no para de reescribir acontecimientos, deformándolos hasta la mentira.
El daño que generan los obesos mentales es especialmente dañino cuando se esconde en personas aparentemente formadas que opinan de todo, con una vehemencia que traslada un falso dominio del tema en cuestión, pero que en realidad basan sus conocimientos en lo que leen en titulares de redes sociales o en mensajes que tienen limitada su extensión para favorecer ese consumo rápido, propio de la comida basura de la otra obesidad, la perseguida.
Como nos quedamos con el envase de presentación, no vemos que detrás de un gordo físico se puede encontrar una excelente persona, culta formada y bondadosa, pero de una apariencia menos atractiva que influencers a los que damos crédito y aceptamos su información sesgada o directamente falsa que entra en nuestro, cerebro endulzado con imágenes de estilos de vida envidiados que facilitan su digestión, contribuyendo de esta forma a nuestra propia obesidad mental.
Internet en general nos impulsa a un consumo en el que se premia la inmediatez frente a la realidad de los hechos, y así como al gordo le da pereza el ejercicio físico que sería su remedio recomendado, al obeso mental le da pereza la lectura detenida de todo lo que suponga varios párrafos de texto, quedándose con el titular y lo que es peor, con los comentarios de los que opinan sobre el tema en cuestión sin mayor fundamento.
Es indudable que el acceso al conocimiento se produce en gran medida a través de internet, lo cual no sería malo si no fuera porque se sitúa en el mismo plano de credibilidad al experto investigador con criterio, que al indocumentado político o famosete que tiene que expresar su opinión sobre cualquier asunto entienda o no del mismo, y cuyo único bagaje es tener muchos seguidores. El daño ya está hecho y todos con mayor o menor gravedad, tenemos algún síntoma de obesidad mental, todavía estamos a tiempo para ponernos a dieta.
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