Quizás Vargas Llosa pueda escribir aún la novela del caudillo que metió a Nicaragua en un bucle de tiempo. Una historia perversa y triste sobre un guerrillero que entró triunfante en Managua un 19 de julio, derrocando a un dictador, y que 39 años después ejerce de patético reyezuelo aferrado al poder, con medio país jugándose la vida tras las barricadas para que sea él quien se vaya. Los nicas lo han gritado en las calles de forma más breve y expresiva: "¡Ortega y Somoza, son la misma cosa!". "Abril en Nicaragua es el mes de la muerte", dice un verso de Ernesto Cardenal, de su poema Hora Cero, escrito en los años 50. Allí se relata la frustrada rebelión contra el primero de los Somoza, que se saldó con una veintena de muertos, muy lejos de los más de 300 contados desde abril hasta hoy en movilizaciones por todo el país. Igual que entonces, son los jóvenes los que se han situado al frente de la protesta: una juventud alejada de la experiencia revolucionaria de sus padres y abuelos, casi dormida, que ha recobrado el protagonismo de forma insólita. Cardenal -que fue figura histórica del sandinismo, y con 93 años lleva tiempo acosado por Ortega- tiene otros poemas que parecen escritos ayer mismo, como aquel en que recuerda a las víctimas de la insurrección antisomocista, chicos fotografiados en los periódicos, "serios en sus fotitos de carnet, muchachos que aumentaban a diario la lista del horror". Versos de lucha y represión que son leídos estos días con el estupor de una vuelta al pasado.
No hay una sola lectura de lo que está ocurriendo en Nicaragua. No la ha habido tampoco durante la década de gobierno de Ortega, con logros indiscutibles en derechos sociales pero con pérdida evidente de espacios democráticos y aumento de corruptelas. Cosas que se sabían, pero que quizás era más productivo callar, por parte de muchos. Y de repente, "todos los ojos están puestos en Nicaragua", que es una frase que se repetía mucho en los años 80, con un sentido de ejemplaridad entonces y con la amargura de quien despierta ahora en medio del horror.
Lo que sí es seguro es que del Frente Sandinista que conocimos ya no queda nada. Que la capacidad de sacrificio y la voluntad de liberar al país no van a cesar, como siempre sucedió en esta Nicaragua tan violentamente dulce. Y que la sangre de los caídos abona ya la lucha de los vivos. Para decirlo otra vez con un verso de Cardenal: "¡Levántense todos, también los muertos!".
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