En estos días que se acerca la Navidad, fecha que pone de manifiesto entre otras cosas la soledad de algunas personas, estamos preparándonos por primera vez a la prohibición de celebrarlo con nuestros amigos. Ante este esta tesitura me pregunto, ¿qué preferiría la población si se diera a elegir celebrar una Navidad sin amigos o sin internet?

El resultado que a primera vista parecería obvio, no lo es tanto y yo me aventuro a realizar una predicción de resultados en base a en la edad del encuestado, no pondré ninguna franja numérica para que nadie se sienta ofendido, pero sí vaticino que si usted sabe quien es Koji Kabuto y Afrodita o sabe que Niebla es en realidad un perro usted elegirá pasar la navidad sin internet antes que renunciar a lo amigos digamos físicos, ahora bien si no sabe de quien le estoy hablando o piensa que niebla es solo un fenómeno meteorológico, entonces es muy probable que prefiera una navidad sin amigos a cambio de no renunciar a su conexión de internet.

Este vaticinio lo hago a sabiendas de que los que han votado por tener amigos saben que en realidad uno en la vida puede contar a sus amigos con los dedos de una mano y normalmente sobran dos o tres dedos, aún así el valor de la amistad de los que la fraguamos viendo una sola cadena de televisión y teníamos como aliciente comentar al día siguiente en el colegio o con los compañeros de trabajo la programación que todos habíamos visto, valoramos la interacción personal por encima de cualquier otra opción.

Sería curioso unas navidades sin internet y ver como niños y no tan niños mirarían desubicados en la mesa su entorno, nerviosos por no poder enviar fotos del plato que tienen delante a sus "amigos" o no poder grabar como su abuela se quema las manos con la bandeja del pescado recién salido del horno, pero no poder ayudarla ya que se tendría que interrumpir una grabación, que después será publicada para su ridículo público, pero lo mismo si hace gracia recopila unas decenas de me gusta en redes sociales.

Lo triste de esta opción es que se les obligaría a hablar con sus padres, abuelos o tíos y lo mismo comprobamos que en la mesa reina el silencio y el desasosiego, mirando unas pantallas que no responden, con un fuerte sentimiento de que se están perdiendo algo importante en su vida, en lugar de disfrutar del verdadero momento único y que aunque en ese instante no lo sepan echarán de menos el día que lamentablemente ya no se pueda repetir.

Y es que se ha perdido la vida interior en las nuevas generaciones, vida interior entendida en el sentido de sentirse feliz estando solo o con los tuyos, disfrutando de un tiempo no compartido nada más que con uno mismo, pero sin la necesidad de que nadie sepa ni lo que haces ni donde estás, sin necesidad que nadie te envidie por lo que comes o con quien te diviertes, sin publicar fotos de sitios maravillosos que parecen que no lo son si no trasmites a la gente que tú has estado ahí. Sin necesidad de generar una especie de envidia colectiva por estar pasándolo en grande aunque lo mismo sea mentira y como dirían los no saben que niebla es un perro y Amedio un mono, en realidad es solo postureo.

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