Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
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Sí, se llamaba Mohamed Hassan. Su nombre merece, al menos, aparecer en algún titular, aunque sea en este modesto artículo de opinión del periódico de una ciudad de provincias. Tenía 27 años, mujer y tres hijos. Era pakistaní y trabajaba como sherpa, porteando comida y botellas de oxígeno y montando cuerdas para facilitar la subida a los escaladores. En esta ocasión había aceptado acompañar a un grupo hasta la cumbre del K2, asumiendo los riesgos que eso comporta, porque necesitaba dinero extra para pagar la medicación de su madre diabética. Tristemente, hace unos días sufrió un accidente en un desnivel y quedó tendido encima de la nieve en el último tramo del ascenso. Pero lo peor de su historia no es eso. El mismo K2 y, por supuesto, el Everest están plagados de los cadáveres de los que han muerto en la subida: el rescate de los cuerpos es prácticamente imposible en las cercanías de la cumbre y se quedan allí, como un residuo más junto a la basura ingente que componen las botellas de oxígeno, los envases de comida y bebida y todo lo que va sobrando durante el ascenso. Lo peor es que, mientras Mohamed agonizaba pidiendo ayuda, más de cien escaladores –por llamarlos de algún modo– le pasaron por encima sin inmutarse. Se afanaban por llegar arriba lo antes posible y no tuvieron un minuto de su tiempo para intentar ayudarle o, de algún modo, acompañarle hasta su muerte. En los videos que han grabado los escaladores se ve a la gente levantar las piernas para pasar por encima de su cuerpo.
Mohamed es algo así como un efecto colateral según el lenguaje de nuestro tiempo.
No hace falta ser un alpinista experimentado para subir el K2. Teniendo algo de forma física, es suficiente con tener dinero. Las agencias “de experiencia” ofrecen la subida desde los 60.000 euros, aunque el coste puede llegar, incluso, a los 150.000. Se incluye una breve fase preparatoria y adaptativa, botellas de oxígeno a tutiplén, comida abundante, ropa adecuada, sesiones de yoga y hasta una grabación por dron de la subida. Según lo pagado, hasta cuatro sherpas te llevan las cosas y, en los malos momentos, te dan un tironcito y un empujón en el trasero para que puedas subir con más facilidad. Yo lo veo barato. Y más barata veo todavía la indemnización que recibirá la viuda de Mohamed: unas 200.000 rupias, o sea 635 euros.
Cabe preguntarse si la agencia responsable de la expedición también hubiera dejado agonizar durante horas a uno de sus acaudalados clientes. Y cabe preguntarse también si todo está justificado con tal de ganar dinero, abusando de jóvenes locales condenados a la pobreza a los que se hace subir 8.600 metros sin chaqueta, sin guantes, sin oxígeno y sin auxilio. Y cabe preguntarse cuál es la dimensión del agujero que tienen en su espíritu las personas que necesitan subir a las cumbres más altas, a toda costa, para demostrarse a sí mismos que hacen cosas muy especiales y que tienen más dinero que todos los demás.
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