Enhebrando

Manuel González Mairena

Miedos

Ahora que nos disfrazamos y jugamos al terror, no estaría de más que hablásemos de nuestros miedos reales

La muerte. Las arañas. Un tsunami. Los payasos. La soledad. Alguna tragedia familiar. Una invasión zombi. Cucarachas. Vampiros. Una voz distorsionada al otro lado del teléfono. Secuestro y rapto. La oscuridad. Caer por un precipicio. Que se cumplan las pesadillas. Los espacios cerrados. Serpientes. Persecución y acoso. Accidentes. Un brote psicótico. La parálisis del sueño. Ruidos inexplicables, desconocidos. Miedo a las alturas. Miedo al miedo. Físicos y psíquicos, lo real y lo intangible. Miedos, tantos… Los expuestos podrían ser de cualquiera, en este caso son una selección de estudiantes de Secundaria. En mi instituto planteamos una sencilla pregunta: ¿cuál es tu peor pesadilla? La actividad consistía en escribir algo directo y concreto en un post-it para después hacer un enorme mural. Pero se convirtió en una reflexión sobre el temor, el miedo.

Ahora que se han adornado fachadas y casas con símbolos de terror y decenas de niños y niñas, y no tanto, estuvieron llamando a la puerta de mi casa ataviados con disfraces y máscaras al grito de truco o trato, no está de más que aprovechemos para hablar de nuestros miedos. Acostumbramos a acunarlos, adormecerlos en una habitación subterránea del yo, esperando que nunca despierten. Pero ahí están. Nada más erróneo que desconocerse a uno mismo, que no saber reconocer tus flaquezas para, llegado el momento, saber sortearlas. Hablar de los miedos propios es tirar de las costuras, dejar entrar la luz en aquel sótano profundo y la posibilidad de despertar lo indómito.

No hay rincón que no tenga su miedo. Tan variados como un expositor de chucherías. Confieso que albergo muchos, tanto cotidianos como esporádicos. Lo mismo se eriza la piel del cuello por tener sin leer una decena de mensajes de mi jefa en el WhatsApp como por recibir una carta certificada de Hacienda. Me sobresalta la llamada de un familiar a deshora. Tiemblo al pensar en la reforma de la fuente de la Plaza de las Monjas. Una nube de fantasmas me rodea mientras espero unos resultados médicos. En el confinamiento tenía pesadillas con salir a la calle sin la mascarilla reglamentaria. Temo defraudar a los que me rodean, en cualquier faceta de la vida, incluso al hacer unos simples macarrones. Los hijos dan una nueva dimensión del miedo. Hay tantas preguntas cuya respuesta es una niebla. Y tecleo, tecleo cada semana mientras navego en un mar de incertidumbre, éste es el tercer final alternativo, un conjunto de palabras por vencer algún miedo.

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