Pues se nos ha instalado un veroño bien cargado. El veranillo del membrillo o verano de San Miguel lleva unos cuantos años que se pasa de frenada, en el termómetro y en el calendario. Cambio climático o no, la consecuencia es que tengo un revoltillo de lo más curioso en el armario, que cojea entre la ropa de entretiempo y la del fantasma de las vacaciones pasadas. Lo corto y lo largo ocupando un sinsentido amalgamado. La teoría de cuerdas adquiere una nueva dimensión al atravesar las puertas del ropero, donde dos estaciones ocupan un mismo espacio que ni siquiera existe. Y las playas a tope los fines de semana, pero sin todos los servicios del estío, pues se supone que no tocan esas aglomeraciones. Chiringuitos otoñales. Al verano le pasa como a mi frente alopécica, que uno confunde ya sus límites. Octubre aún solicita de protección solar y puede que noviembre aún nos reserve algunas horas de arena y toalla. Quién sabe. Aunque las grandes superficies coexisten al margen de esta realidad. Será por esas bombas de frío-calor que recrean estados imaginarios y atemporales. Las estaciones a un sólo click, el manejo del tiempo en los escaparates y estantes. Toca lo que diga mi termostato. Porque en los supermercados ya han instalado los dulces navideños. Ya es otoño y casi invierno en las cadenas de ropa, pobres, estafadas por la climatología. Y la decoración de Halloween ya impera en las primeras líneas de caja. El truco o trato va a ser en chanclas, con brujas en bermudas y dráculas bronceados, y yo seguiré dando caramelos con piñones.
Para colmo de birlibirloque, el mal fario del Puente del Odiel, que vuelve a las obras para cambiar su iluminación con la certeza de nuevos atascos y viejos cabreos. Pocas luces. Muchos grados. Y el Puente Sifón, un semipuente, una semivía, más válida para ciclistas y caminantes que para vehículos motorizados por su velocidad restringida. Una ruta más propia de caracoles. A este paso nos hace un especial Iker Jiménez sobre ese rincón peninsular donde hay dos puentes que impiden ir al otro lado. A este paso hacemos un remake de la canción El puente y popularizamos de nuevo al grupo Los mismos: por eso quiero saber lo que debo hacer para cruzar el charco. Ha habido promesas de nuevos puentes, de trenes hacia la costa, de unicornios voladores, al fin y al cabo, que a uno le da la impresión de que casi mejor recitar aquello de “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Pero así nos va, quedándonos atrás por no movernos.
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